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Carlos Herrera  
El Semanal, 6 de noviembre de 2005
«Ous de reig»

Nos admiramos de que alguien sea capaz de diferenciar la que es malísima de la que es una delicia 

 

Es una seta. Se la conoce en toda España por el atractivo nombre de Amanita cesarea y diversas variantes. Se dice que es la mejor y que es así llamada por ser delirio de los césares romanos, que movilizaban legiones enteras para remover los hayedos, los robledales y los castañares hasta dar con su caparazón anaranjado y su tallo blanquecino o amarillento. No soy muy setero, pero después de probarla en la barcelonesa casa de Isidre –que fue visto en compañía de Lucio, su correspondiente en Madrid, atiborrándose de ellas en La Boquería, como saben, el mejor mercado del mundo– y en el comedor privilegiado que exhibe Torre de Alta Mar, en todo lo alto de la torre del teleférico de la Barceloneta, donde los propietarios del inolvidable Casa Costa repiten éxito con una cocina de calidad, ya no quiero otra cosa. Entrando en Ca L’Isidre observé que en la mesa del fondo a la derecha conspiraban amablemente antiguos directivos amigos de TV3 con Lluís Prenafeta, el hombre que más ha mandado en Cataluña después de Pujol, mientras que en la de la izquierda se encontraba el director de La Vanguardia con el propietario de la misma –encantado, señor conde– y selectos miembros de la sociedad jurídica barcelonesa. José Antich se avino a decirme una confidencia que me pareció que iba a ser el día en que dimitía Maragall o algo así, pero, sin embargo me anunció algo mucho más importante: «Pide Ous de reig, que tienen». No hubo scoop, pero sí buen consejo.

Como suele ocurrir con todo lo bueno, no abunda, así que, cuando se encuentra, hay cinco o seis manos para cada ejemplar. Los buscadores de setas acostumbran a lucir un manojo de trucos y engaños para despistar a los demás: dejan el coche lejos de donde de verdad saben que hay ejemplares o dan vueltas de despiste para que nadie los siga y les sorprenda su tesoro. Por supuesto, se callan como puertas. Recuerdo, sin embargo, de chiquillo, a mi padre y a un amigo escribir en el suelo la palabra bolet señalando con una flecha al único ejemplar que quedaba en aquel abigarrado bosque al que habíamos acudido a hora tempranísima –todos los buscadores madrugan, como los cazadores– con dos bastones y una cesta. Y una ‘fregoneta’. Porque –será para apilar las cajas con más comodidad– a los buscadores de setas les gusta ir al campo con ‘fregoneta’. Como nos ocurre a todos los que no somos ni expertos, y ni siquiera conocedores, cada vez que vemos una seta en el suelo, sea en un jardín, sea en un pinar, creemos que estamos viendo a un asesino en potencia y nos admiramos sobremanera de que alguien sea capaz de diferenciar la que es malísima de la muerte de la que es una delicia para el paladar y para el espíritu. Pero ni aun así somos algunos capaces de comernos una seta si no ha sido comprada en un mercado o servida en un restaurante: a mí ya me puede jurar un amigo que sabe más que nadie, que como la haya encontrado él, se la come él y nadie más que él. La diferencia que va de un bocado de Ous de reig, Amanita cesarea, a otro de una Amanita faloide es, directamente, la parca. Ya te pueden dar todos los antídotos que quieran, que la palmas.

Con la llegada del otoño se han lanzado al campo todos los zahoríes. Al haber más zahoríes que setas, no es infrecuente ver grupos de buscadores caminando en círculo alrededor de una presa oculta, porque hay días en los que para encontrar una Amanita cesarea hay que tener más paciencia que el cámara del Cuponazo. Admiro su perseverancia y las ganas de olisquear el campo para dar con el tesoro anaranjado. Una vez probada la oronja sal-teada con ajo y perejil, poco aceite y algo de sal, uno se reconcilia con esta naturaleza de otoño, tan esquiva a veces. Y quisiera encontrarla, aunque fuera al final de un sueño sudoroso.