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Carlos Herrera  
El Semanal, 30 de octubre de 2005
Esquelas mortuorias

Nos acercan a los quereres o las pendencias que unen a determinadas familias 

 

Una deliciosa y enternecedora esquela publicada en ABC edición Sevilla me volvió a despertar el apetito sociológico por el análisis de un género tan apasionante y perdurable. En aquélla, los familiares despedían a su finada, centenaria anciana ya, resaltando fundamentalmente su extraordinaria afición por el Real Betis Balompié y así, en la esquela, aparecía el nombre de la interfecta e, inmediatamente después, el escudo bético y la leyenda «La Más Bética», seguida, lógicamente, del nombre de todos los familiares que la lloraban. Precioso, todo sea dicho. Las esquelas, ya se sabe, son un método extraordinario de seguir las crónicas sociales de ciudades medias y pueblos grandes –el inolvidable Luis Carandell escribió mucho y bien sobre la cuestión– y nos ilustran acerca de los quereres o las pendencias que unen a determinadas familias: no es inhabitual leer cómo el que paga la esquela señala, de una manera u otra, a los que se escabullen. En no pocas se ruega una oración por el alma de fulanito mientras se señala que sus «otros hijos pasan» o «sus hermanos se han desentendido», en una severa venganza del pagador contra los que prefirieron quitarse de en medio. En determinados pueblos, el anuncio se sustituye por un coche con altavoces dando la vuelta por las calles y voceando el nombre del desaparecido, aunque el gran medio para comunicar un fallecimiento sigue siendo la prensa; más, incluso, que la radio, donde se dieron momentos insuperables de los que extraigo dos ejemplos: en Granada falleció un conocido y muy querido patriarca gitano, y sus familiares acudieron a la emisora para convocar a amigos y demás familiares a la misa funeral, que había de celebrarse al día siguiente. La cuña anunciaba que había fallecido Antonio Martínez Pérez, un poner, y que el funeral era a las doce y tal y tal. Al día siguiente, los familiares acudieron muy molestos a la emisora a comprobar qué habían dicho porque nadie había acudido a la misa. Como se imaginan, fue un problema de texto que se solventó de la siguiente manera: Mañana a las doce en la iglesia de tal se celebrará el nuevo funeral por la memoria del Polla Hincá, fallecido anteayer y tal y cual… Nadie lo conocía por su nombre, evidentemente. El funeral, por cierto, fue un éxito. En la inolvidable Radio Cádiz, las necrológicas y los números de la suerte se sucedían en la lectura del insuperable Garaboa: mezclando ambas leyó: «En la ciudad de San Fernando falleció ayer Don Fulanito de Tal a la edad de ochenta y cinco años; repetimos, ocho cinco, enhorabuena a los acertantes». Me quedo con un par de anuncios en los que, debidamente encuadrados en negro y con la consabida cruz, dos colectivos singulares se despedían del mismo finado: su peña quinielística del Bar Pachín, que lamentaba perderlo por la buena suerte de la que siempre hacía gala, y Lolita, Yolanda, La Bombi y otras más del Club Selene, que no olvidaban su generosidad y afecto. El argentino diario La Nación

publicó la esquela de recuerdo por la muerte de Alfonsito de Tal que redactó su viuda y que decía, más o menos, así: «Doña María de Cual, viuda de Alfonso de Tal, conmovida por todas las muestras de afecto recibidas, quiere agradecer las condolencias que le han llegado hasta su domicilio en la calle Martín de Soles, 22, 2° izquierda, soleado, dos habitaciones, balcón al exterior, ascensor y servicio de portería…».

En Galicia, donde el personal es muy participativo en las pompas fúnebres, se publicó una que convocaba a un funeral por el alma de menganito y se añadía, tras la lista de familiares: «Reagan y Gorbachov asistirán fuertemente pertrechados». Imaginación no les faltaba, desde luego. Y, por fin, la poesía. No sin mala uva: «Desde que has muerto, mujer / qué felices somos los dos / tú te fuiste a ver a Dios / y a mí me vino Dios a ver». Enternecedor.