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Carlos Herrera  
El Semanal, 26 de febrero de 2017
Mes y pico con Trump

Todas las inmaduras decisiones que ha tomado el nuevo presidente, tan asombrosas como arriesgadas, no han decepcionado a sus votantes

En lo más profundo del interior de la mayoría de los europeos vive una curiosa contradicción que marca de manera extraordinaria su interpretación de los Estados Unidos: muchos se declaran aparentemente antiamericanos en sus discursos trasnochados, pero siguen de manera conmovedora todas las tendencias llegadas de ese país: comen hamburguesa, celebran Halloween y no se pierden un partido de la NBA o una Super Bowl por intempestivo que sea el horario. Son los europeos que hubieran querido que McGovern venciera a Nixon, Dukakis a Bush Sr. o Kerry a Bush Jr.

Son los europeos que creen que Estados Unidos está fielmente representado por los actores de California o los intelectuales de Nueva York, por los profesores de Berkeley o los funcionarios de Washington. Son los mismos que jamás han viajado a Kansas, a Montana, a Ohio o a Dakota del Sur. Son los que sueñan recorrer la Ruta 66, pero se declaran objetores de la política exterior norteamericana o censuran con suficiencia su modo festivo de expresarse. Son los que se sienten escépticamente europeos, pero son incapaces de reconocer que gracias a millares de jóvenes norteamericanos sus territorios no han estado sometidos a dictaduras pavorosas como la nazi o la comunista. Son los que elevan la voz cuando Estados Unidos interviene como gendarme en conflictos bélicos mundiales, pero le reprochan que no lo haga en escenarios que le son próximos como el de los Balcanes. Son los que no agradecen de rodillas, como debieran, toda la sangre norteamericana derramada en dos guerras mundiales vividas en escenario europeo.

Esa opinión publicada en Europa es la que se rasga las vestiduras con la elección de Donald Trump. En la Europa de las convulsiones inexplicables del siglo XX, vuelven a la primera línea de salida formaciones políticas que, cuando menos, abochornarían a cualquiera de los votantes políticamente incorrectos en Estados Unidos.

En Europa está a punto de ganar la ultraderecha en Francia, Holanda o en los países del Este. Ha ganado la ultraizquierda populista en Grecia, progresa en España la de Podemos, rompe la reforma constitucional en Italia y saca al Reino Unido de la Unión Europea.

Esa misma Europa es incapaz de entender que los norteamericanos hayan querido acabar con el establishment de Washington y que, en proporción exacta a la característica electoral norteamericana, hayan elegido a un tipo que les ha prometido a todos aquellos que no forman parte del estereotipo USA manejado en Europa hacer de su país lo que su país era hace unos años, un lugar donde la clase media vivía acorde a sus valores tradicionales y ganaba más dinero del que gana ahora mismo.

Se equivocan los que creen que todas las excentricidades de Trump le están costando un precio en popularidad o apoyo. Los que han elegido a Trump, en su inmensa mayoría, están encantados con las cosas que hace el nuevo presidente, y sus reacciones no son entendidas ni por asomo por los exquisitos europeos que se manifiestan en las calles como si hubieran votado en Denver o en Miami.

Los votantes de Donald Trump quieren recuperar lo que fueron hace ya muchos años: su sueldo, su supremacía social y racial, su orgullo internacional y su capacidad de condicionar elecciones, y pertenecen a una América que se escapa a las antenas europeas de corto alcance. Todas las inmaduras decisiones que ha tomado el nuevo presidente, tan asombrosas como arriesgadas, tan criticables como extravagantes, han mostrado la división existente en los norteamericanos, pero no han causado decepción en sus votantes.

Parece como si los europeos hubiesen tomado como suyas las reivindicaciones de todos los manifestantes anti-Trump, pero sin hacer ningún examen de conciencia acerca de las dolencias de las políticas continentales en ámbitos tan delicados como los que ocupan las primeras acciones de la nueva administración republicana. Europa, conviene recordarlo, también tiene muros con África (las vallas de Ceuta y Melilla), políticas proteccionistas y decisiones populistas inexplicables.

Habrá que ver hasta dónde pueden llegar las osadías de Trump y hasta dónde la capacidad limitada de análisis de los europeos cuando miran más allá del Atlántico, pero da la impresión de que es preciso enfriar un tanto el escenario antes de analizar la realidad mediante la fiebre de la ideología y la costumbre.

Después de Trump, los Estados Unidos seguirán siendo grandes y admirables, por más que quieran marcharse los que dijeron que se marcharían y aún no lo han hecho, y Europa seguirá construyéndose en medio de tormentas de incierto pronóstico.