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Carlos Herrera  
ABC, 23 de septiembre de 2005
Bernardino León, dígame

¿Bernie?, ¿el secretario de Estado de Exteriores? Hola, amigo, soy Joachim, jefe de Gabinete de Ángela Merkel, la que de puñetera chiripa acaba de formar gobierno en la República de Alemania después de veintisiete carambolas. Que te llamaba porque mi señorita me ha pedido explicaciones acerca de la simpatía natural de tu jefe de Gobierno y de todo eso que declaró al día siguiente de las elecciones de por aquí. Como resulta que en la Unión Europea tienes fama de eficiente apagafuegos, de discreto y de profesional, te llamo para que prepares las mangueras.

«No me jodas, Joachim, no le vayas a dar importancia a un comentario inocente de consumo interno en el que el presidente del Gobierno de España no quiso decir que tu jefa fuera una fracasada y que se alegraba mucho de lo bien que le había ido a su amigo Gerardo, ni mucho menos; simplemente dio a entender que, a veces, las previsiones no se cumplen -que se lo digan a él- y que hasta el rabo todo es toro».

Pues tú dirás lo que quieras, Bernardino, que ya sé que esto mismo tuviste que hacerlo con la gente de Bush cuando tu señorito se pasó toda la campaña norteamericana apostando por Kerry, pero la bigarda esta tiene un cabreo que no se lo salta un galgo y no hace más que decir que le va a meter a Rodríguez los fondos estructurales por donde ya te dije.

«Quita, quita, Joachim, parece mentira que no le conozcas: cuando ZP expresa sus deseos no hace sino manifestarse como uno más de los españoles de base, como un ciudadano sencillo que quiere transportar la normalidad reflexiva de la calle a los escenarios políticos. Piensa que lo mismo que decía el presidente era lo que decían los editoriales de la prensa española y alemana».

Ya, ya, Bernie, pero el tal Rodríguez no es un columnista de mojones, aunque a veces lo parezca, es el responsable del Gobierno de un país que lleva veinte años creciendo gracias a su trabajo, sí, pero también al dinerito de los currantes alemanes que han votado a la señora cancillera -o al señorito ex canciller-, y no parece de recibo que lo primero que haga cuando se cierran los escrutinios es tirarse a la piscina y decir que se alegra mucho del petardazo de la Merkel.

Ya sé que el día que no se levantó ante la bandera estadounidense tuvo su partido que hacer el pino con las orejas para que los yanquis no desembarcaran en Ferraz -con la mala leche que se gastan cuando les tocan algo sensible y patrio-, que el día que os largasteis de Bagdad no dabas abasto explicándoselo al medio hemisferio que se quedó allí, y que el día que dijo en Túnez que lo mejor es que todas la tropas se largasen de Iraq como se largó él, de anochecida y con prontitud antes de que la ONU resolviese lo que resolvió, te pasaste tres días enviando faxes con las frases contextualizadas para que no se cabreasen más de lo debido. Pero tú es que no conoces a mi jefa: ésta es alemana y se gasta mucha más mala leche que los de Washington. Dice que le espera en la primera cumbre. Y que se prepare.

«Joachim, hijo, les dais una importancia exagerada a las cosas. Cómo se nota que sois alemanes, así os lleváis los sofocones que os lleváis. Mi presidente puede tener pinta de débil argumental, incluso de paseante de domingo en chándal por una ladera de amapolas, pero confía profundamente en la tradicional amistad de nuestros dos pueblos. No se lo tengas en cuenta. Lo de la alianza de civilizaciones le trae de cabeza y a veces se despista».

Cualquier parecido con la realidad, por supuesto, es mera coincidencia.