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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 1 de septiembre de 2005
La última 'película' de Belén Esteban

Belén Esteban, la musa de tantos mitómanos irracionales como este humilde columnista, va pareciéndose cada vez más a la mujer pintada por Picasso aquella noche de pesadilla.

La mujer supuestamente retratada, asustada por la falta de parecido ante lo que el genio había dibujado, hubo de escuchar cómo le dijo el pintor aquello de “ya acabará de parecerse con los años”.

Pues Belén, en la que el malagueño hubiera reparado sin lugar
a dudas merced a su prodigioso y puntiagudo perfil y a su prominencia de ojos, nariz y labios, empieza a ser como las angulosas y exageradas mujeres a las que dibujó aquel creador misógino y tiránico, pero descomunal al fin.

Bellísima a ojos de un surrealista.

Esta semana Belén es noticia.

No se trata de que haya presentado una tesis doctoral sobre la relación comercial de los países de la Unión o que haya elaborado trabajos para acelerar la descripción pormenorizada del caparazón proteico de determinados virus altamente patógenos. No.

A nuestra Belén, a mi Belén, todo eso no le hace falta.

Ni protagonizar una película, ni cantar un bolero decadente.

Para película, ella misma. Para bolero, el suyo.

Belén es noticia por cosas por las que usted no lo sería nunca: por si ha comprado pescado en lugar de pollo en el mercado o por si ha llorado con moderación al dejar a su linda hija en su primer día de colegio.

Primer día de la niña, no de ella.

Esta vez, reparamos en la actitud cariñosa que ha sostenido en su último encuentro con aquel muchacho llamado Fran con el que mantuvo una de esas esporádicas relaciones que ahora son comunes en los jóvenes adultos –observen la cierta ligereza de todo encuentro, de toda relación–.

Aquello de los noviazgos antiguos forma parte de la historia, al igual que lo que era común un par de décadas atrás.

Ahora todo es tórrido enamoramiento y velocísimo desenamoramiento, al menos entre las capas que lideran la espuma social. Y verborrea repleta de sapos y culebras.

Que, a su vez, también dura tres días. Mi Mariabelén, en cualquier caso, parece feliz en estas imágenes, y los que creemos que tras la ruda verborrea de barrio se esconde una sensible muchacha deseosa de cariño estamos felices al verla acariciar y ser acariciada.

No voy a llorar, como diría ella en uno de esos arranques de sensibilidad televisiva que tanto cautivan al país, pero estoy más tranquilo tras verla en las fotografías.

El chico, qué decir, no me gusta para ella, para la que quisiera otro tipo de príncipe cotidiano, pero “me la hace” sonreír.

Lo que no consiga yo, al menos que lo consiga otro.