artículo
 
 
Carlos Herrera  
Diez Minutos, 4 de agosto de 2005
Farruquito, un caso cerrado en falso

Puede estar tranquilo Farruquito: no va a pisar la cárcel.

Tras acabar con la vida de una persona, negarse a auxiliarla, conducir sin carné, sin seguro, escapar y, finalmente, querer repartir las culpas con un hermano menor, los jueces han decidido que la cosa se quede en unos meses simbólicos de prisión y en una cantidad determinada de dinero que ahora no recuerdo.

Bueno. La ley española es así. Y la interpretación de sus señorías, una lotería añadida.

Déjenme que me encoja de hombros.

Posiblemente haya en prisión reclusos con delitos de menor trascendencia y posiblemente, también, este caso y su resolución sirvan para establecer futuras y sangrantes comparaciones de las que veremos cómo salen los exegetas de las leyes.

Pero será un problema del legislador y del jurista.

Aunque lo paguemos usted y yo.

En este juicio se han vivido situaciones vergonzosas.

A este hombre, tan profundamente irresponsable como buen bailaor, se le ha querido convertir en una víctima en función de sus cualidades artísticas, de su raza y de su extracto social.

Como si causar la muerte a alguien tuviera cierto pase según a lo que se dedique uno.

Nadie perseguía a Farruquito por ser famoso o por ser gitano: precisamente se debería haber puesto hincapié en que esas condiciones no le reportaran ventajas.

Los que aseguran que se es más estricto con él por pertenecer a la raza calé no tienen ni idea de lo que dicen (imaginen lo que se diría si el gitano fuese la víctima atropellada y abandonada por un propietario poderoso de un BMW que escapa sin papeles y sin querer aparecer).

No es un caso aislado el de este hombre: las leyes en España son
extraordinariamente laxas con quien acaba con la vida de alguien como consecuencia de una conducción imprudente: no les pasa nada.
Y que no vengan con cuentos cuatro abogados disfrazados de medievo. Que comparen. Veríamos los que le supondría este caso en Francia o en Gran Bretaña.

No se trata de enviar porque sí a la gente a la cárcel. Jamás es ése un motivo de alegría simple; sí lo es, en cambio, saber que se hace justicia y que prevalece, por encima de todo, el sentido común, eso que tanto le falta a la justicia española, bien porque el legislador es un memo, bien porque el magistrado es un equilibrista con problemas de vértigo.

El caso Farruquito, cerrado en falso, abrirá otros debates que tal vez aporten alguna solución.

Celebro que recupere su libertad y que siga bailando y cuidando de los suyos.

Admiro su arte y me reconforto por ello.

Pero hoy mi pensamiento y mi solidaridad no están con él, están con la viuda de un pobre hombre que, ya ven, simplemente pasaba por allí.