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Carlos Herrera  
El Semanal, 10 de julio de 2005
La Fura brutal

Desarrollan tal trabajo de diseño y música que ganan siempre por la mano

 

Habían salido de Moiá y, con un carro y un burro, literalmente, recorrieron treinta o cuarenta pueblos que se hacen en poco más de una hora en coche. Tardaron meses porque iban actuando en cada plaza aprovechando el carro como escenario y rifando una botella de champán tras el espectáculo para hacer caja. Acababan los setenta y ese manojo de jóvenes transgresores catalanes recurría a un sistema de la Edad Media para desarrollar sus peculiares artes escénicas. Nacía La Fura dels Baus, colectivo entre colectivos, y se calentaban los motores de una pequeña gran revolución escénica que los ha llevado hasta lo que hoy son: un taller internacional de culto que igual ponen a Don Quijote boca abajo que glosan la historia de Almería en la inauguración de los Juegos Mediterráneos.

Debo reconocer que tardé años en incorporarme al lenguaje furero. Una vez lo hice, es cierto, fascinado y apabullado, ya no abandoné. Pero tardé porque no soy tan moderno como a veces quiero ser. O tan abierto. O tan contemporáneo. Me consoló el hecho de que a la entonces concejal de Cultura de Barcelona, siempre adorable María Aurelia Capmany –si no han leído Betúlia, léanla–, que era una gurú del momento acompañada por todo su éxito editorial y humano, tampoco le hacían gracia. Hubieron de pasar unos pocos años para que el criterio de María Aurelia cambiara y sucumbiera al talento de estos chalados, todo sea dicho. Con ella, muchos otros.

En el principio de los ochenta se hablaba mucho de aquellos jóvenes del Bages que habían presentado en Sitges una cosa llamada Accions en la que se mezclaba la música, el movimiento, el uso de materiales naturales e industriales y lo que entonces se conocían como nuevas tecnologías. No eran todos los que apostaban por su sentido total de la escenificación. Unos callaban por no aparentar ser retrógrados, no obstante, y otros esperaban silenciosamente ser capturados por su vendaval conceptual, cual fue mi caso. Eso ocurrió con Tier Mon, acabando los ochenta, y siguió con Noun y todo lo demás hasta llegar a este inesperado Naumón en el que han sustituido el burro o la mula de sus inicios por un rompehielos acondicionado para el teatro con el que han recorrido medio Mediterráneo. Dígase ciertamente que La Fura llegó un momento en el que incorporó a su repertorio el teatro de texto y la ópera, por ejemplo (eligiendo para ello nada menos que a Manuel de Falla), y se hizo internacionalmente famosa y rentable a raíz de su ceremonia de los Juegos Olímpicos de Barcelona, despiparrante toda. Ello, curiosamente, no ha motivado del todo que se tornen en conservadores, como algunos de sus críticos sugieren. Siguen rompiendo según el esquema original que desarrollaron cuando empezaron a utilizar el cuerpo como elemento central, cuando rodearon al público o lo pusieron a su mismo nivel, cuando rompieron la famosa ‘cuarta pared’ del teatro y cuando comenzaron a mostrarse místicos o brutales por igual.

Hace un par de semanas, en Almería, escenificaron la historia de la ciudad y la provincia en un espectacular Al Mariyatt Bayana con el que dejaron boquiabiertos a sus espectadores. Desarrollan tal trabajo de ingeniería, diseño, música –incomparable Miki Espuma–, interpretación histórica que a nadie pueden dejar indiferentes. Ganan siempre por la mano. La escenificación de la emigración almeriense, pieza nuclear para entender la historia de esta tierra, fue tan sencilla como ejemplar. La imaginación para transformar los carros romanos en torres sobre las que proyectar imágenes complementarias, inenarrable. Y la sutileza argumental para plastificar la victoria de los cristianos sobre los árabes ni les cuento. Tal vez lo vieran ustedes por televisión, ya que servía de ceremonia de inauguración de los Juegos Mediterráneos antes mentados. Si no fue así, háganse con el vídeo de la cosa y asómbrense.

Ahora corren por ahí con su versión especial de Don Quijote, estrenada en Salamanca, que no deberíamos perdernos por nada del mundo a poco que queramos excitar nuestra adormilada curiosidad por las nuevas formas de entretenimiento.
Fura brutal para tiempos inciertos, en pocas palabras