artículo
 
 
Carlos Herrera  
ABC, 17 de junio de 2005
Con lo bueno que es el señor ministro...

No, si respeto lo merece todo. Si afecto se le tiene desde hace años. Pero es que, a veces, se le va la mano. Quiere parecer el amigo perpetuo que siempre llama a la puerta con un pak de latas de cervezas en aquellos momentos en los que necesitas compañía y no percibe bien los límites que separan la adhesión amistosa con la visita inoportuna. Dicho desde el cariño, claro. José Bono no calculó bien la diferencia de ser un presidente de autonomía simpática con pertenecer a un gobierno de políticas antipáticas. Y se presentó en el territorio de los que piensan que el ofrecimiento preventivo de negociación del Gobierno a una banda terrorista es poco menos que un ultraje. Creía que iba a recibir las caricias de aquellos que le han aplaudido sus declaraciones asomado a su balcón de Toledo y se encontró con el cabreo sonoro de los que se sitúan frente por frente a la voluntad «dialogante» del Gobierno de la nación. Y en llegando a este punto me parece irrelevante que le empujaran o no, que le zarandearan o no: ni me gusta ni lo considero justo, pero la mejor manera de haber evitado una situación así era haberse situado en su lugar correspondiente. Menos pueblo y más poblado, en una palabra.

El esperpento de la detención de dos militantes del PP a cuenta del supuesto ataque a la persona del ministro ha sido el estallido final de la traca y ha puesto a los gestores de la crisis en el brete de tener que justificar la intervención policial a posteriori: el mismo celo que demostraron los hoy procesados por llevar a Comisaría a dos sujetos que no tenían nada que ver con el acoso -no se ha visto nada en una sola de las imágenes- podía haberse mostrado cuando hubo de elegir escenario para su gloria particular. Los jueces, curiosamente, no han querido entrar a juzgar los zarandeos al ministro y sí han querido, en cambio, preguntarse por cómo es posible que se detenga a dos sujetos así por que sí: a ver, ustedes dos, los papeles en la boca que voy a preguntar, ¿qué es eso de vociferar junto a este bendito?

El fiscal Conde-Pumpido, no contento con haber sonrojado a los que le conocieron cuando en su pasado profesional, en San Sebastián, tan «garantista» resultaba, ha contribuido a que se tenga por buena la sospecha de que el celo policial es excitable según sea la sensibilidad del atacado y, desde luego, su pertenencia al Gobierno del talante. Resulta ridícula su contumaz insistencia en justificar su entrega a la causa: que ahora decida iniciar investigaciones para satisfacer a Carod-Rovira ante la irritación de éste por un par de pancartas estúpidas en Salamanca es difícilmente calificable. Con todo lo que le han dicho a Aznar en los últimos dos años, este fiscal, por lo visto, habría metido en la cárcel a medio país. Imagine el señor ministro qué hubiese ocurrido de haber sido dos militantes del PSOE los que hubieran resultado detenidos después de haberse manifestado vociferantes en los alrededores de un miembro del Gobierno Aznar. ¡Lo que hubiese dicho el mismísimo señor Bono, por ejemplo!: no quiero ni pensarlo, qué horror, estado policial, la libertad amenazada, la derecha maldita, la guerra civil, los muertos de por aquí o de por allí, esto nos pasa por tener un gobierno facha, patatín y patatán... Ha sido al revés: con lo bueno que es el ministro, mecachis, y van dos energúmenos y se cabrean con él. Que hubieran tomado nota de la corrección con la que se manifiestan los jóvenes cachorros de ERC, los independentistas vascos, los contrarios a la guerra de Iraq, los del «Prestige».

Me parece que esta vez, en una palabra, no vale el truco de regalar relojes. Tomen nota, pues.