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Carlos Herrera  
El Semanal, 8 de mayo de 2005
Cuba le canta a Serrat

Hay una belleza muy íntima en esa forma de decir las cosas 

 

Han tomado algunas canciones de Serrat y las han cantado a su aire, siempre cálido y cadencioso como la bocanada de un elefante cansado. Son artistas cubanos, la mayoría de los cuales sólo son populares en su propia isla, de esos que parecen surgir de cualquier esquina en cualquier noche de sudor y risas. ¡Ay, la isla!

 

Cuando el amor viaja en un sentido, acaba casi siempre regresando en forma de canción devuelta. Me gustan muchas cosas de Serrat, pero por encima de todo su insobornable amor por América, su solidaria emoción con la orilla larga, su pensamiento puesto como un ventilador perezoso en las tardes calientes y quedas del otro lado, su identificada querencia por los campanarios apagados, las palomas rezagadas, las urbes abolidas, las veladas calmosas y lentas como una cena después de un entierro.

 

A mí también me seducen las patrias inexactas, los cárdenos dolores de madrugada, el agrio champán de las rameras que describía el poeta salvadoreño Oswaldo Escobar Velado, el cansancio de los puertos, las ciudades cubiertas de metáforas, los crepúsculos largamente estudiados, los roqueríos que se encrespan, los mares trasnochadores a punto de alumbrarse, los decires antiguos en las bocas nuevas, la paciencia de los barrenderos nocturnos, el compás de la sangre generosa.

 

El carnoso nervio de la lengua llevó al muchacho del Pueblo Seco una primera vez hasta la reflejada España de América y sintió el mordisco en el costado que antes habían sufrido los que fueron por igual a cubrirla o a cubrirse. Desde aquel día, Serrat vivió, en la ida y vuelta de los cantes, de los préstamos a largo plazo que ofrecen los secuestradores de corazones. Hay una primera América, como un tigre enjaulado, que da vueltas sobre la presa hasta arañarle el camisón. Con el camisón arañado uno vuelve a casa habiendo dejado jirones de algo que no sabe qué es. Y se queda con la copla. Argentina le ha hecho tan suyo como una bocanada de tabaco en un tugurio tanguero del Sur.

 

Y Cuba, otra vez la gran Cuba del sueño perdido, la Cuba de las cabelleras amargas, de las bocas sin grito, la Cuba total de cadenas frías y maderas íntimas, de relámpagos perdidos, de golondrinas calientes, la Cuba acompasada de cinturas minerales y de violines verdes le ha cantado sin la prisa propia de las ciudades que cierran a las diez. No me cabría más honor que ése, pienso; y digo yo que él lo pensará también. Tengo que preguntárselo. Me está acompañando este disco, cariñoso como la caricia de una mulata en plena huida, mientras me suelto las manos sobre este piano que no sé tocar y que suena a teclado inalámbrico y me acuerdo de una palabras ásperamente ciertas de Arcadi Espada cuando concluía que Serrat es el último catalán querido. Es muy duro eso, Arcadi, pero puede ser hasta una triste verdad de esas que nadie quiere ver.



Serrat no ha sido excesivamente proclive a que los demás canten sus canciones. Le ha gustado que eso ocurriera con determinados artistas y en determinadas ocasiones. Y pocas veces ha querido que sus canciones en catalán fuesen traducidas, cosa que comprendo, porque hay una belleza muy íntima en esa forma de decir las cosas. Traducir una canción es desnudar parte de su alma silenciosa, sí. Y aún siendo así, sé que este homenaje cubano a medio camino entre arcángeles delicados y canallas de bochinche y alboroto le habrá caramelizado un tanto su sangre detenida. La tierra descalza, la del «amor que se aroma en los manzanos», la del maíz sonoro y la palabra viva, le ha enviado un soplo de gracia aprovechando la corriente de los vientos.



¡Ay, América, América!, comedido clavel coronado de fuego…

 

CUBA LE CANTA A SERRAT - COMPLETO

CUBA LE CANTA A SERRAT - 1

CUBA LE CANTA A SERRAT - 2

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CUBA LE CANTA A SERRAT - 4

CUBA LE CANTA A SERRAT - 5

CUBA LE CANTA A SERRAT - 6