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Carlos Herrera  
ABC, 6 de mayo de 2005
¿De qué hablaron?

Pues no sabemos, chico. Los comunicados sólo hablan de lo que hablan: de nada.

¿Lo retirarán o no lo retirarán? El plan, digo. ¿Pasará, tal vez, como lo de la autovía de Leizarán, que se hará una variante y se llamará de otra forma, pero el punto de salida y el de llegada será el mismo? El puerto al que quiere arribar el separatismo vasco va implícito en su descripción como tal: la independencia; pero visto lo que ha habido, el plan deberá retocarse y, al menos, llamarse de otra manera, coño, que para algo no ha ganado este pollo por mayoría absoluta. Debieron de hablar de esta cuestión, digo yo, además de preguntarse por los niños. Debieron de darse los recados que Batasuna les dejó a cada uno en su buzón: a Ibarreche en directo en la famosa foto de la infamia, y a Rodríguez en el bolsillo de su enviado Eguiguren. Algunos dicen que si Ibarreche no es el claro vencedor de las elecciones no se entiende por qué le da tal carta de naturaleza el presidente, máxime teniendo en su partido a otro candidato que asegura optar al cargo de lendakari. Puede que le haya entrado a Rodríguez el peligroso virus que padecen algunos socialistas -e izquierdistas en general-, según el cual se considera que el nacionalismo étnico tiene determinados derechos históricos para gobernar permanentemente como si de una casta especial se tratara. Puede, pero no sabemos. Porque de lo que piensa Rodríguez sabemos muy poco. Incluso si piensa.

Ayer, en cualquier caso, se escenificó un triunfo: el batasuno. En formas y en fondos. La normalización a la que tanto se refiere Ibarreche pasa, indudablemente, por la recuperación de la representación de ETA en la vida política vasca. Quiere sentarlos en una mesa y quiere que entren en el Parlamento. Y Rodríguez, que tragó en campaña pensando que así debilitaría al nacionalismo y ganaría de calle, vuelve a tragar ahora manejando criterios cuando menos oscuros. Y las formas: silencio impuesto por Otegui, nada de cámaras, luz, taquígrafos, ruedas de prensa, que no exista presión por parte de esa chusma cavernícola de la prensa española. Cuando los periodistas tragamos con aquello de que no hubiera preguntas en las convocatorias batasunas a los medios, no sabíamos lo que estábamos autorizando: si en lugar de tomar nota hubiésemos apagado los magnetofones otro gallo nos cantaría hoy, pero bueno. Efectivamente, acabó el encuentro y cada uno se marchó a su despacho con los pactos recién esbozados y muy bien guardados en un cuaderno rojo. La dificultad -y una cierta vergüenza- para explicarle a la opinión pública un encuentro de estas características ha hecho el resto.

¿Pronóstico?: el plan se maquillará, pero mantendrá buena parte de su espíritu desafiante, Batasuna volverá a la actividad más o menos consentida y ETA amagará un principio de trato. Un nuevo Lizarra, esta vez consentido desde el poder central. Y, en cuanto puedan, los terroristas pondrán un muerto encima de la mesa para evaluar la voluntad de diálogo de sus interlocutores. Éstos, entonces, se sentirán profundamente engañados y traicionados. ¿Habrán sopesado esta posibilidad los interlocutores en su charlita?

Por seguir con las hipótesis: la presión a la que someterá el grupo parlamentario controlado a distancia por los Oteguis al débil Gobierno que reedite Ibarreche no le permitirá una sola cesión en el articulado de su famoso plan. Con el Partido Popular no podrán contar, con lo que ¿qué determinación tomará el Partido Socialista? Hasta dónde llegará el maquillaje del plan no lo sabemos, pero no les resultará fácil enmascarar algunos de sus propósitos. Entre tanto, todo lo que se ha adelantado en la lucha contra el terrorismo a lo largo de estos años de combinación política, policial y judicial puede irse, directamente, al garete.

¿También lo hablaron?