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Carlos Herrera  
El Semanal, 1 de mayo de 2005
Rebolo, faraón de la bahía

Es un caballero de antiguo, de anillo gordo en dedo pequeño y manos juguetonas

 

Pepe Rebolo se llama en realidad Pepe Rebolo. Es decir, no es un apodo. Nadie lo llama así por estar más o menos gordito, ni por esa redondez que tiene su puesta en escena de cabeza alta y barbilla al frente. No. Se llama Rebolo como usted se llama Martínez o yo me llamo Herrera; sólo que puede que usted o yo no tengamos por qué llamarnos así y el sí. Impecable y serio, serísimo, Pepe Rebolo regenta un bar que precisamente se llama Rebolo y que goza del aprecio de su clientela internacional en la calle Sevilla de Algeciras, donde reparte por igual la manteca colorá, el foie-gras o la pringá –él es quien lo expande en la tostada, no usted– y donde elabora las tapas más selectas de la bahía. Tiene aspecto de oso irascible recién salido de una hibernación en un asilo de marquesas ociosas, pero es un caballero de antiguo, de anillo gordo en dedo pequeño y de manos juguetonas y entrelazadas en la cabeza leonada de un bastón de nogal. Y dentro de esa aparente irascibilidad, tiene una paciencia estajanovista que lo hace merecedor de ese rincón del cielo adonde van a parar los caballeros de siempre. En Algeciras, unos y otros se disputan la ira pequeña de Rebolo a sabiendas de que sus contestaciones a cualquiera de las provocaciones que le espeten aquellos que lo citan de largo –de cerca, en soledad, no hay cojones– contienen más brillantez que las obras completas de Tono, Mihura o Edgar Neville.

Pepe El Titi es uno de los otros yoes de Rebolo: brillante polemista y vividor de las cosas, chirigotero adelantado en años y en talento, gasta parte de su tiempo en entrecruzarse en el caminar cotidiano de nuestro héroe sólo con el ‘anisa’ de escucharle jurar en ese arameo moderno que Rebolo exhibe con una naturalidad impropia de un señor tan educado. Dícese que en una ocasión, Pepe El Titi gastó un dinero suculento en contratar a dos albañiles para que le tapiaran al otro Pepe la puerta del bar. Así lo hicieron durante una larga noche: completaron el trabajo pegando dos largos carteles de toros y esperaron pacientemente en un bar cercano, a tiro de puerta, con el fin de ver la reacción de Rebolo, el cual llegó a las siete de la mañana y gastó tres idas y venidas en encontrar el hueco de su negocio, no sin mosquearse de forma inadvertida, en primera instancia, y de forma explícita a poco que escuchó las risas incontenibles de aquella pandilla de cabrones a sus espaldas. Sin inmutarse, Rebolo giró su cabeza, displicente, como lo haría una británica ofendida, y le dijo a su inseparable ayudante y socio: «Manolito: vámonos, que aquí hay más hijos de puta que moscas». Ni que decir tiene que se la devolvió. Publicó un anuncio en Europa Sur reproduciendo una foto de El Titi con el texto: «Se ofrece cantaor para bodas, bautizos y juras de bandera». Por supuesto, el precio era ridículo e incluía el teléfono real. Tras el tormento de que media bahía lo quisiera contratar para la cena de empresa de cualquier cuchitril, Pepe El Titi fotografió el Volvo recién comprado de Rebolo y lo puso a la venta en otro anuncio en el mismo periódico por precio también ridículo y con teléfono implícito. No contento con ello, y sólo por el placer de oír a uno de los hombres más brillantes que ha dado España entera, contrató a un churrero para que elaborara churros a diez metros del negocio de Rebolo poco después de haber distribuido pasquines en los que se instaba a comer churros en su bar. Ni que decir que toda Algeciras desfiló por la calle Sevilla con una papela de churros en la mano. Tan sólo con verlos entrar, Rebolo decía: «Manolito, otro café para un cabrón con churros». En eso es imbatible. La respuesta corta es su especialidad. A Pepe Algaba, otro que tal, siempre le espeta: «Ojo, pajarito, que te voy a levantar una calumnia» y a Jesús Melgar –que para qué hablar– o a Pepe Díaz, con que entren en su bar ya les está diciendo con su voz de trueno para que le oiga toda la clientela: «Toma, fulanito, el mechero, que te lo dejaste ayer en mi mesita de noche».

Yo lo quiero tanto como a un tío carnal. Le admiro sin límites y disfruto en su compañía como con pocas personas. Les invito a visitarlo. No le quieran andar con bromitas, que eso él sólo se lo consiente a los que nos conoce mucho y les puede dar una voz que se quedan ustedes en el sitio. Amante de la copla y del flamenco, faraón del tronío y del dedo tieso, vendaval sabio del sur, espuma de la mar salada, revuelo de mantones sin remiendos, Rebolo nos espera como las sirenas varadas de entretiempo y como los caballeros de antes y de siempre.