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Carlos Herrera  
El Semanal, 24 de abril de 2005
La imaginación, a los móviles

En no pocos trenes AVE se oye el grito de Tarzán hecho timbre 

 


Los móviles suenan en todas partes, está claro; el propietario no siempre tiene la prudencia de desconectarlo y truena de repente la señal elegida por el exhibicionista de turno allá donde no debe. Eso se hace especialmente incómodo en lugares donde el silencio es casi litúrgico: un teatro, un concierto clásico… o los toros en la Maestranza sevillana, donde el público tiende a callarse como si estuviese asistiendo a la mejor de las arias operísticas. Hay quien asegura que ese silencio es la razón por la que nos cuelan a los aficionados unas mansadas que los ganaderos no se atreverían a llevar a otras plazas de categoría semejante; ese argumento, no obstante, es rápidamente contestado con una explicación sencilla: no hay plaza como la Maestranza y la comparación es improcedente. A los abonados, sencillamente, nos gusta que la plaza sea así. Lo único malo es que ese silencio sepulcral deja al descubierto cualquier sonido por minúsculo que sea, desde una ventosidad inoportuna en el tendido del 2 hasta un timbrazo de móvil no desconectado en cualquiera de los de sol. A tenor de esto último, uno se da cuenta de la cantidad y variedad de tonos de llamada que usa la gente que quiere divertirse y epatar con el simple sonido de ese aparato tan útil que nos ha cambiado a todos la vida. Hace pocas semanas, preguntando por sonidos originales, llegué a la conclusión de que la imaginación no tiene límites. El colmo es el de uno que ha grabado como timbre las palabras de Arias Navarro cuando comunicó a los ciudadanos de entonces, con su voz llorosa, aquello de «Españoles: Franco ha muerto». Que cada vez que te llamen salga la voz del presidente aquel, profundamente compungido, diciendo «Españoles: Franco ha muerto» debe de ser un auténtico estremecimiento. Más de uno ha instalado la voz ordinaria de su hijo o de su hija gritando «Papaaaaaaa, coge el teléfonoooooo». Otros le han confiado esa tarea al más chillón de la familia instándole a que diga unas veinte veces seguidas aquello de «Mamaaaaaa, qué pesada eres, contéstameeeeee», cosa que si suena en plena misa de nueve ofrece el inquietante espectáculo de la madre buscando en el bolso con fruición para desconectar el chillerío. En no pocos trenes AVE o cercanías se oye el himno del Real Madrid o del Athletic, los clarines de la Maestranza o el grito de Tarzán hecho timbre. Hay quien ha personalizado tanto el timbrazo que se ha grabado una saeta con letra irreproducible para la época apropiada o un palo de sevillana, para el resto del año, con letra alusiva a las preferencias sexuales del propietario, homosexual para más señas. Claro, estar de repente hablando del funeral del padre del interlocutor y que te suene la coplilla esa de «¡Ay! ¡Maricón, coge el teléfonoooooo!!!!!!!!» puede resultar de lo más incómodo e inapropiado, como de hecho ha ocurrido. El insulto o autoinsulto funciona mucho y no es inusual escuchar cómo el propietario del celular se grita a sí mismo lindezas del tipo de «Hijoputa atiéndeme, que me estoy cansando de esperar». Mi cuñado Carlos Santos, que es más elegante que todo eso, se ha grabado la sintonía del parte informativo de Radio Nacional de España, aquella melodía de toda la vida que acostumbraba a acompañarnos en todas las radios a la hora de comer, y le queda la mar de resultona. Los hay, cómo no, escatológicos: una serie de inimitables eructos de orangután configuran la llamada de un sujeto conocido por este que firma y sé taxativamente que la máquina de bramar es él mismo; asegura que cuando suena en reuniones de trabajo se crea un ambiente distendido y chistoso que ayuda mucho a superar tiranteces.

Así podría seguir hasta la náusea final. La imaginación puede ser inoportuna, pero sabemos a ciencia cierta, como apuntaba más arriba, que no tiene límites. Incluso no es imprescindible que esté conectada permanentemente, con lo que puede ser apagada. Cosa que suplico a mis compañeros de abono. Sobre todo al del grito de Tarzán, que siempre suena en plena faena de muleta.