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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 17 de agosto de 2001
Quince años tiene Carlota

Esta niña, ¡ay, esta niña!, ha empezado a ser hermosa muy pronto; tan pronto que ya se especula con la fecha de caducidad de su belleza, como si ésta tuviera un tiempo máximo marcado en las escrituras del destino. En un periquete ha pasado de ser una chiquilla rezongona a parecer una mujer en tiempo de espera, amenazando tormentas y maremotos, dejando vislumbrar pequeñas tragedias en enamorados anónimos y desperdigados. Con su madre, Carolina de Mónaco, fue así. Vino avisando desde una adolescencia ajardinada hasta que explotó en aquella primavera reventona y proteica en la que no dejó títere con cabeza ni corazón sin heridas. En ese Principado de ociosos y rentistas en el que vive -o al que pertenece- esperan con curiosidad antropomórfica su puesta de largo, cosa que debe estar al caer ahora que la hija mayor de Carolina ha cumplido ya los 15 años.

Su puesta de largo será el pistoletazo de salida de su carrera social, de baile en baile, de portada en portada, de arruga en arruga

Vendrá a ser el pistoletazo de salida de su carrera social, de baile en baile, de portada en portada, de arruga en arruga hasta la belleza final. Le espera una vida tan desordenada y estremecedora como la de sus antecesores, lo cual no deja de ser un drama contado por estas biblias de lo social en las que se han transformado los medios de comunicación. Tal vez Carlota invierta el ciclo, pero parece, de momento, improbable: los algodones acaban criando espinas. Su madre, su tía, lo han tenido prácticamente todo, pero han masticado la soledad -que es una forma de desgracia- en cada desayuno. Los objetivos las han seguido a diario, transmitiendo cada uno de sus pasos, lo que no deja de ser una forma de andar desnudo por la vida.

Su madre y su tía lo han tenido casi todo pero han masticado la soledad, que es una forma de desgracia, en cada desayuno

Claro que ello los ha convertido en multimillonarios y les ha proporcionado una aureola de elegidos por el destino que brinda no pocos beneficios, pero, a largo plazo, no resulta tan enriquecedor como parece. Esas personas acaban envidiando la tranquilidad de un bañista solitario o la cotidianidad de una adolescente enamorada. Yo anduve enamoriscado de la madre, como alguna vez he comentado, pero acabé compadeciéndola: entre las curvas de la carretera, las olas traicioneras y los matrimonios equivocados se fue apagando su brioso y embriagador perfil de princesa urbana y perfecta. De su guapa hija se espera una reedición temprana de su belleza y un puñado de destellos en bailes de palacio. Trabajo de quienes rodean a la joven será evitar el lado amargo que se esconde tras la luminaria de la fama anunciada y heredada.