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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 21 de abril de 2005
Mi feria del alma

 Una feria, normalmente, da mucho de sí; pero si encima es la de Sevilla, no es que dé de sí: es que da de sí, de ti y de mí.

Los que nos dedicamos a escribir o hablar de los demás encontramos un escaparate perfecto en esta concentración de sevillanos a los que se añaden españoles de varias procedencias: vienen unos creídos de que aquí se llega y se participa, como en otras fiestas, y vienen otros con la amistad ya hecha y con la caseta apalabrada, cosa fundamental para entretenerse haciendo algo más que mirar el paisaje humano.

Los rostros populares que nos visitan, habitualmente, pertenecen a este segundo grupo y procuran adaptarse lo mejor posible al “tipo”, luciendo los trajes de flamenca más estupendos o enhebrando un rojo clavel en el ojal de la chaqueta, normalmente apretadita.

Se traen, también, las sevillanas bien practicadas.

Y atraen, más que traen, lógicamente, los focos.

Yo, que voy poco a la Feria, pero que cuando voy me fijo mucho, veo pasear a nuestros queridos personajes en coches de caballos aquí y allá y comportarse con no poca elegancia con los fotógrafos de los medios, los cuales, a su vez, no asaltan a nadie ni le amargan la visita: toman sus imágenes y les dejan disfrutar.

O sea, todo ideal.

Cuando acabe la Feria, probablemente, ya será otra cosa.

Aquí los van a ver ambientados estéticamente de punta a cabo como si fueran extras de un parque temático.

Incluso puede que me vean hasta a mí, que como todo el mundo sabe me dejo ver sólo la noche del alumbrado de la Portada (un cuñado mío, navarro, siempre dice “El Prendido de la Portalada”) y, si acaso, cinco minutos de mediodía para acompañar a mis hijos a su caseta o a Mariló Montero a la suya, que también es la mía, pero a la que no sabría llegar de lo poco o nada que voy.

Estos trasiegos equinos, este calor, esta poca gracia que Dios me dio para el cante o el baile me tiran atrás.

Ya es recuerdo, no obstante, la Feria de 2005, pasarela de moda flamenca y escenario repetido de alegrías.

Alguna de esas alegrías, cuando cae la tarde, puede que esté un tanto exagerada por la euforia que proporcionan las tres botellas de manzanilla por cabeza que vienen a caer sin contemplaciones.

Para como están las cosas, bueno es que la gente se divierta y se sienta “amigo de toda la vida” del resto de los mortales.

Vea bien las caras iluminadas del reportaje de esta semana y entenderá lo que digo.

Viva la Feria de Sevilla.

Y viva el fotógrafo que tuvo la habilidad de pillarme a mí en los cinco minutos que voy.