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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 14 de abril de 2005
A pesar de los pesares... hubo boda

No tienen suerte, no.

Ya no la tuvieron cuando se conocieron y circunstancias diversas les impidieron relacionarse como una pareja normal.

Siguieron sin ella cuando establecieron vidas paralelas, por lo visto, absolutamente infelices.

Y con ella continúan cuando, poniéndose el mundo por montera, desafían determinadas tradiciones y deciden casarse para normalizar su relación.

A mamá no le ha gustado la boda –y mamá es nada menos que la reina--  y al pueblo británico parece que tampoco.

Pero es que a las circunstancias tampoco parecía gustarles: todo decidido para celebrar el enlace un día tal como el ocho de los corrientes y el fallecimiento de Juan Pablo II obliga a trastocar los planes.

Bueno, se trastocan.

Después fallece Rainiero de Mónaco y algunos creen que esos funerales también podrían coincidir.

Inquietud tan sólo.

Pero es que, al final, unos reporteros del “Sun” se cuelan en Windsor disfrazados de repartidores y colocan entre los aperos nada menos que una bomba falsa con la que pretendían denunciar la falta de medidas de seguridad.

Demasiado incluso para alguien tan flemático como Carlos de Inglaterra. Ya sólo quedaba que durante el enlace se cayera el techo, se propagara una salmonelosis o una turbamulta proclamara la república en el exterior.

No debe resultar fácil casarse con la carita torcida de mamá y asomándose al exterior para recibir los aplausos de un pueblo que sigue añorando la figura mítica de la fallecida Diana.

Sólo habría faltado una aparición de la misma en forma de fantasma en el momento de decir

I Will”, o sea, “sí, quiero”.

O que la tarta nupcial se desmoronase por completo al cortarla con la espada de rigor.

Hablaba la gente del tiempo, de que podría haber nevado y de que un fuerte viento azotaría toda la jornada.

Después de todo, y de que ninguna catástrofe climatológica azotara Windsor, me conmueve que pidieran perdón por su “maldad” y sus “pecados”, lo cual es humillarse un tanto más y reconocer su adulterio y la destrucción de dos matrimonios.

No han contado, por demás, con la presencia de compañeros de profesión de primera línea, ya que los reinantes del mundo se han quitado de en medio con una habilidad pasmosa poniendo las excusas más variadas: desde que tenían hora en el seguro hasta que las peluquerías iban a estar cerradas esa mañana.

Han pasado mucho durante esos treinta y cinco años, pero, al menos, eso sí, han pasado también el duro trago de que la cosa se estropeara en el último instante.

Que ahora sean felices, los pobres.