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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 7 de abril de 2005
Que el Papa nos bendiga en el cielo

Se apagó la llama.

Juan Pablo II, el Papa que ha roto tantos moldes, tantas costumbres, ha muerto como consecuencia del agravamiento de los procesos que asaltaban su precaria salud.

Su última aparición en el balcón del apartamento papal anunciaba que la vida se le estaba escapando a grandes zancadas y que la impotencia por no poder hablarle a los fieles del mundo entero le consumía aún más.

Ha sido, éste último, un ejemplo singular: ante las voces más o menos piadosas que le querían apartar en el confín final, el Papa quiso mostrar su dolor y decirle a los que sufren en el mundo que él era uno más.

Y algo más: que hay que luchar y resistir hasta el último día.

Lógicamente, era un mensaje a los que abogaban por interrumpir los sufrimientos finales.

Pero, en cualquier caso, no será ésa la imagen definitiva que quedará para siempre de este colosal líder mundial que ha sido Karol Wojtyla.

El papado ha abarcado desde aquel lejano 1978 un total de casi veintisiete años, convirtiéndose en el tercero más largo de la historia.

A lo largo de tanto tiempo, este polaco valiente y resuelto ha tenido la posibilidad de abrir multitud de procesos trascendentales para la Iglesia católica.

El acercamiento al Islam ha sido uno de ellos; la reconciliación con los judíos, otro; también el ecumenismo; también su postura inquebrantable ante las guerras y los abusos del poder materialista.

Todo ello configura una tarea casi titánica sólo interrumpida por la materialización del tercer secreto de Fátima en forma de atentado en la Plaza de San Pedro, cuando aquel turco manejado por los servicios secretos soviéticos disparó al centro de su abdomen.

Cuando Juan Pablo II fue elegido, todos pensamos en la trascendencia geopolítica de esa elección y en las consecuencias que ello podría tener en los delicados escenarios mundiales: como si fuese una caída lógica, el Muro no soportó las presiones a las que se le sometió y a las que colaboró no poco un sencillo pero inagotable hombre vestido de blanco.

Su muerte se está llorando en el mundo entero y no sólo por los católicos apegados a su dogma: muchos de los más alejados a él y a su doctrina reconocen la grandeza de su tránsito por este mundo, la grandeza de su figura humana.

Anciano de corazón joven, Wojtyla ha querido que volviéramos la mirada hacia los que sufren en sus últimas horas, cosa no común en estos tiempos que corren.

El mensaje de Cristo lo ha llevado a todos los rincones del mundo, de forma incansable, para ejercer el apostolado definitivo y sus encíclicas quedan ahí, para el que quiera leerlas.

El Papa más mediático de la historia ha fallecido.

Que Dios lo reciba en su seno y que desde los cielos nos bendiga a todos.