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Carlos Herrera  
El Semanal, 3 de abril de 2005
Tres Antonios

El pregón mueve un ambiente que a los rancios de corazón nos conmueve

 

Viene a ser Sevilla en Cuaresma terreno tan abonado a los pregones como Madrid a las conferencias de media tarde, que, según reza el dicho, o las das o te las dan. Aquí abajo, los pregones de Semana Santa también te los dan o los das tú mismo. El que escribe estas letras ha dado no pocos y ha asistido ciertamente encantado a muchos más, porque, aunque el pregón no sea de calidad exuberante, mueve un ambiente a su alrededor que a los rancios de corazón nos conmueve y nos conforta. Claro que hay de todo: los hay solemnes, los hay clásicos y los hay inusitados. Los hay plúmbeos e inacabables y los hay sublimes. Los puede dar un ágrafo ripioso o los puede dar un altísimo poeta. Pero difícilmente bajan de sesenta minutos, lo cual, sumado a la presentación, las marchas procesionales y los consiguientes himnos, hace que se plante el acto en un par de horas. No vean.

Tres Antonios han pregonado esta pasada Cuaresma la semana prodigiosa de Sevilla. Tres artistas, tres escritores, tres poetas, tres singulares creadores. Antonio Garmendia, el iconoclasta, el rebelde, el sublime paseante de la ciudad despierta, pregonó en la capilla del Rosario. Mi tío Antonio es tan distinto a todo y a todos que brindó un pregón en el que fue capaz de levantar la cabeza entre verso y verso para preguntar al respetable que abarrotaba el templo: «¿Sabe alguien, por cierto, cómo va el Betis?». Paseó con la palabra de día en día y nos manejó entre la risa y el llanto con la soltura ácrata del agnóstico que cree en el dios pequeño de las cosas.

Otro Antonio, García Barbeito, ese hijo que Hernández dejó sólo en el campo para que escuchara los silencios del aire y los tradujese a las palabras, exaltó la saeta en la catedral y dejó prendidas en los altares las más bellas formas que el castellano permite:

«Latigazos de las venas en la pared del suspiro.
Y dos pellizcos de Dios en la garganta del grito
».

Barbeito envolvió a los presentes con su acento andaluz culto y cultivado, con su prosa a media voz y con esa endemoniada capacidad suya para hacer poesía con los elementos más comunes.

Un tercer Antonio, Antonio Murciano, poeta de Arcos de la Frontera, subió al atril del teatro de La Maestranza y dejó el listón poético del pregón grande tan alto como la Luna que parece alumbrarlo. Sublime Antonio de las palabras. Espectacular Antonio de la sencillez, que escribiera:

«No sé si de mis huertos, de mis rosas
si vengo de mi campo con espinas
si del mundo, no sé, si de mis cosas…
Sé que soy hombre que se acerca al beso
hombre que sueña pueblo con esquinas
hombre que sueña que se acerca… Eso
».

Íntimo Antonio que dijera una larga oración en verso prodigioso y que nos dejara el asombro por compañero inseparable de Domingo de Besamanos. A este Antonio le pasa, además, lo que a Benítez Carrasco y pocos poetas más: declama bien –a gusto de quien esto escribe– y dice el verso con el ritmo cadencioso de los aires del sur.

Pueden leer este musical pregón en muchos portales que su buscador de Internet les servirá en pocos segundos: háganlo sin esperar más de la cuenta. Entenderán cómo vive una ciudad, una región, un país, eso que ahora la ola de laicismo que nos invade quiere dejar en un simple ‘encuentro de emociones’. A toro pasado, camino de otros calores, me quedo con sus versos últimos:

«…el que escupió en Tu rostro su saliva
el que se fue de Ti, el que hizo eso
el que su vida te cerró con llaves
el renegado, el que cumplió condena
eso soy yo que he vuelto con las aves.
Te perdí en el gozar, te hallé en la pena,
tarde te hallé, Señor, pero tú sabes
que nunca es tarde si la dicha es buena».