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Carlos Herrera  
ABC, 16 de septiembre de 2016
Rebelión a bordo

Cualquier chispa podía crear un incendio en el PSOE. La acumulación de gases en el interior era demasiado elevada

EMPIEZA a cundirme la sensación de que llevo escribiendo la misma columna a lo largo de cuatro o cinco semanas. Y debe de ser por algo. Tal vez porque sea verdad: cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue. ¡Lo bonito que hubiera sido dedicarme hoy al asunto de la neumonía de Hillary y su repercusión en el fárrago electoral norteamericano! Ahora que aún tengo fresco el libro de David Owen, exministro de Exteriores británico –con una apasionante recopilación de grandes líderes mundiales, sus enfermedades y la forma que estas tuvieron de influir en sus decisiones políticas–, podría cerrar una elegante exposición acerca de las patologías vividas en la Casa Blanca; pero, en cambio, vengo a meterme de nuevo en la olla de caracoles –autocita, siempre deleznable– de este socialismo nuestro tan cercano al desmerengue. Bien, veamos.

El caso Barberá irá más lento de lo que algunos creen. Se esconderá en el Grupo Mixto, hará poco ruido, alargará el proceso en la medida que le sea posible, y rezará para que se deje de hablar de ella. Cosa que probablemente pase. Por si fuera poco, la Fiscalía pide seis años de cárcel para Griñán y diez de inhabilitación para Chaves, entre otros y otras socialistas, a cuenta del caso de los ERE falsos, lo cual supone un mazazo para los de Ferraz y un cierto alivio para los de Génova. El juez Álvaro Martín confiaba en que, merced a los plazos que alargó, el fiscal anticorrupción presentaría sus conclusiones después de las elecciones gallegas y vascas, pero no ha sido así y este asunto irrumpe a una semana de las votaciones, al igual que ha irrumpido el que ocupa a la exalcaldesa de Valencia. Chaves y Griñán están siendo procesados en un juzgado de Sevilla, no en el Supremo, merced a que renunciaron a su acta de senadores después del suplicarorio, sí; pero conviene recordar que a Rita Barberá se le ha pedido la renuncia antes de ese suplicatorio, es decir, antes de que el juez Pumpido la escuche como investigada. Pero a lo que iba…

Cualquier chispa podía crear un incendio en el PSOE. La acumulación de gases en el interior era demasiado elevada. Un asunto no tan trágico como las críticas a Fernández Vara después de que este le dijese a Nieves Herrero que él no pertenecía a un club de fans, sino a un partido serio, ha bastado para que saltaran uno detrás de otro los que le tienen ganas a Sánchez. A la cabeza, Susana Díaz, evidentemente. La líder andaluza ha sido tan severa como cuando habló por boca de su secretario Cornejo: «Con 85 escaños no se puede formar un gobierno». Le ha faltado añadir: «¿Te enteras, papafrita?». No ha explicitado cuál sería la solución definitiva, pero hemos entendido que ha optado por Salomón y también ha pedido la renuncia de Rajoy para proceder a la abstención de los socialistas (a los del PP se les ha puesto el dedo tieso, evidentemente). Esta materia inflamable de la que está hecha la masa de la finca de Sánchez se encamina –en función de los resultados vascos y gallegos– a una rebelión a bordo, es decir, a promover una gestora por una vía o por otra. Una gestora –ya se adelantaba aquí eso mismo el viernes pasado– que, salvando o no la cara de su secretario general, allane el camino a la formación de un gobierno. Otro episodio de explosión por simpatía como el de esta semana, añadido a unos resultados como los vaticinados por las encuestas, coloca a Sánchez en una posición tan difícil como imposible. Estén atentos la noche del domingo 25S: de cómo salga la cosa sabremos si vamos a las terceras o a una investidura agobiante.