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Carlos Herrera  
ABC, 18 de marzo de 2005
Tócanosla otra vez, Roque

Andan preocupados los aledaños políticos e informativos del Palacio de La Zarzuela por las críticas que ha supuesto la elemental cortesía del Rey con Felipe Pérez Roque, el canciller cubano de Exteriores, al que ha recibido en audiencia esta semana. Argumentan su pasmo y su extrañeza alegando que hará cosa de seis años también le recibió, con foto incluida, y no pasó nada, mientras que en esta ocasión se ha puesto el grito en el cielo por el hecho de saludar a un ministro que anda de paso por Madrid y tal y tal. Bueno, no es para tanto: nadie acusa de nada al Rey. Don Juan Carlos cumple con la obligación de atender a aquellos viajeros que marca la política exterior española, sean Agamenón o su porquero, y con él no va la pelea.

Mejor se quite de la línea de tiro. Aquí la cosa está entre los que creemos que el régimen cubano es un atentado permanente a la dignidad de un pueblo hermoso, culto, resolutivo y admirable, y los que se empeñan en mimar hasta el baboseo a un dictador deleznable. No le busquen más vueltas. De lo que se trata es de denunciar que aquí ha venido un pavo a exigirle al Gobierno de frailes y frailas de España cuál debe ser su relación con los EE.UU., cuál su política acordada con los demás países de la UE y cuál su postura en referencia a los presos cubanos de conciencia.

Se trata de denunciar la mecánica de Castro y sus muchachos: se hace una redada, se encarcela a quinientos, se les priva de todo derecho elemental y luego se negocia su liberación a cambio de ventajas políticas para el régimen -esa práctica no es nueva: de hecho, el goteo lento de «liberaciones» todavía tiene pendientes a unos cuantos presos de embestidas anteriores-. Se trata, en fin, de excitar en lo posible las narcotizadas conciencias de los habituales agitadores de antaño, tan adormiladas hogaño, tan progres siempre, que guardan un asombroso silencio ante hechos que hubieran provocado su furia sin límites de haber sido otros quienes gobernasen.

Si el asunto de la colina del Carmelo no le hubiese sobrevenido a los muy correctos y muy nacionalistas y muy papanatas gestores actuales de la Generalitat y sí a cualquier otro gobierno autónomo, ¡para qué queremos más!, lo de «Nunca Mais» se quedaría en pañales. No he visto ningún «Mai més» surgir de las entrañas de la intelectualidad para consolar a los vecinos. Tampoco he visto, en esta ocasión, a ninguna reata de intelectuales manifestarse contra los algodones ideológicos con los que este hatajo de mediocres ha recibido y atendido al tal Roque y a su séquito.

Ninguno de los muy selectos vigilantes de las democracias de occidente ha levantado la voz cuando el canciller cubano, en un alarde de cinismo, ha comparado su política de derechos humanos con la de España y ha asegurado que a los presos, en Cuba, no los saca de la cárcel quien mismo los mete -el Gobierno de Castro-, sino un tribunal de jueces imparciales. Una sangrante mentira de ese calibre no ha tenido respuesta por parte de nadie: toda esa pandilla de cómplices acobardados que tan «fascinados» se sienten con el tirano de las Antillas y que tanta solidaridad progresista manifiestan en cuanto tienen ocasión con un régimen cruel y sanguinario, ha permanecido callada y complacida.

No se trata, pues, de si el Rey ha recibido o no al ministro cubano. Eso es lo de menos. El escarnio consiste en ver cómo el Gobierno y la ramplona sociedad selecta de creadores que adorna nuestros amaneceres culturales le rinde pleitesía al representante de un sátrapa que viene a tocarnos la misma melodía de siempre. Tócanosla otra vez, Roque, que aquí tienes a tu público.