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Carlos Herrera  
El Semanal, 19 de junio de 2016
De Santa Mónica a Las Palmas de Gran Canaria

La operación no hubo de ser sencilla: se tuvo que convencer a cien propietarios, pero se hizo y se afrontó una obra de remodelación asombrosa

Aquellas no eran tierras de gran valor. De hecho, no tenían casi ninguno: en los primeros años cincuenta, muy pocos se ocupaban de visitar el sur de Gran Canaria. Unos pocos campesinos ocupaban y sembraban las hectáreas que colindaban con el mar y que resultaban ser propiedad de una familia. Al hablar de tierras hablo de miles y miles de hectáreas en el sureste de la isla, municipios enteros, hoy San Bartolomé de Tirajana. Era como no tener nada. Hasta que llegó un sueco. Digo un sueco ya que esos escandinavos eran los viajeros más intrépidos y acostumbraban a buscar rincones insólitos por medio mundo. Llegó aquel tipo, o aquel grupo de tipos, y descubrió una playa idílica a la que solo hacían caso los pocos lugareños que poblaban el paraíso; estos, al oírlo hablar en 'extranjero', supusieron que lo hacía en el idioma de Shakespeare y bautizaron aquel enclave como 'la playa del Inglés'.

Y así se ha quedado hasta nuestros días. Al 'inglés' no le duró mucho tiempo la tranquilidad: los propios lugareños de Las Palmas, que no le echaban cuenta a esa esquina de la isla, empezaron a considerar la posibilidad de instalar por aquellos lares algún tipo de polo de desarrollo, y a la llamada del interés turístico comenzó la respuesta de la construcción de infraestructuras, pocas, y la de inmuebles. Un hotel aquí y unos apartamentos allá fueron los primeros cimientos de lo que hoy es un inmenso territorio urbanizado. Corrían los primeros sesenta y ya se sabe que la pulcritud ecologista o medioambiental era más bien modesta; también el gusto, el buen gusto, no era muy propio de la época.

Al pie del mar de dunas, apasionante paisaje entre playa del Inglés y el faro de Maspalomas, se permitió la construcción de un bloque de apartamentos que hoy difícilmente habría obtenido permiso de edificación; de hecho, una moratoria sobre cualquier tipo de construcción impide el crecimiento de la zona. Eran ya los setenta: aún se podía construir en la misma orilla del mar y así se pobló España de edificios no demasiado agraciados, hoy privilegiados por su situación, pero excesivamente agresivos con el paisaje. Playa del Inglés, Maspalomas y costa Meloneras, los tres enclaves consecutivos del turismo de Gran Canaria, son hoy un foco de riqueza para el PIB del archipiélago y un lugar extraordinario en el que echar algunos días de vacación.

Aquellos apartamentos dejados caer a los pies del parque de dunas de Maspalomas, a la vera de su faro construido a finales del XIX –que ahí sigue en pie–, fueron reformados hace poco y transformados en un modernísimo y muy accesible hotel. La operación no hubo de ser sencilla porque se tuvo que convencer a cien propietarios, pero se hizo y se afrontó una obra de remodelación asombrosa.

El Santa Mónica Suites Hotel es hoy una instalación cómoda, impoluta y privilegiada, muy por encima de la media de la oferta turística del sur de Gran Canaria, que ofrece la posibilidad de pasar unos días de playa en enero, por ejemplo, cosa que a los peninsulares siempre nos excita. Pero hay algo más: su restaurante, Arena, es una sugestiva oferta para una noche deliciosa. Alejandro de la Nuez en los fogones logra una cocina de aire canario original, creativa y sabrosa. La Arepa, pequeña torta venezolana, rellena de sobrasada de cochino negro canario con la que abrió el carrusel era estruendosamente perfecta. Iván Monreal, el sumiller, conoce cada sorpresa vitivinícola canaria y suele sorprender con algún golpe oculto. Me dobló la mano con Agala 1318, un blanco de Tejeda con aromas de plátano y piña que hizo las delicias de este contumaz buscador de perlas.

Pasear al día siguiente por Las Palmas de Gran Canaria, por Vegueta, donde se fundara El real de las Tres Palmas allá por finales del siglo XV, y asombrarse de la belleza costumbrista y arquitectónica canaria, es un buen complemento. Camina uno por sus calles y entiende lo que alguna vez ha visto en lugares americanos, Cartagena de Indias, por ejemplo. Catedral, Casa Colón, Casas Consistoriales... embriagador paseo, contrapeso ideal al demoledor paisaje del sur.