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Carlos Herrera  
El Semanal, 30 de enero de 2005
Canal Historia

Libera de la tensión de decidir con qué te quedas entre anuncio y anuncio 

 


La televisión en España tiene sus ratos. No es fácil acertar y tampoco resulta sencillo no despertar las iras concretas de sectores especialmente sensibles. Si te pasas, porque te pasas y si no llegas, porque no llegas. Hay programadores que te aseguran que no piensan ponerse nerviosos con los primeros resultados, pero que al segundo día por debajo de la media de la cadena ya te están pidiendo que des más leña, más caña, más sangre. Los hay que directamente te piden que bajes la mano y torees con los nudillos llenos de albero. Los hay que te proponen misiones imposibles solicitándote «un programa de calidad» y poniéndote a competir, parejamente, con los que excitan al respetable con los más bajos instintos. Ninguna televisión, pública o privada, resiste una audiencia por debajo de todos los competidores, por muy alto que sea el nivel de exigencia o el listón temático que abordes. Programas como Redes sólo se los puede permitir una segunda cadena a horas imposibles, pongo por ejemplo. Otrosí con Documentos TV. Y así todo. Hay programas que, paradójicamente, tienen muy mala prensa pero que, en cambio, están hechos con una técnica magnífica, entendiendo por ello acertar con el perfil del público buscado mediante los resortes que hay que tocar. Consideraciones éticas a parte. La crítica, por lo general, se excita mucho en contra de Crónicas Marcianas, pero visto con ojos asépticamente profesionales, es un excelente producto, está bien hecho para lo que está. Recientemente, una erisipela de dignidad repentina ha motivado a los programadores a establecer ciertos pactos –atendiendo, fundamentalmente, al llamado ‘horario infantil’ y situando éste a las seis de la tarde, hora en la que los niños están haciendo los deberes, en lugar de a las diez de la noche, que es cuando ven Aquí no hay quien viva– mediante los cuales eliminar determinados contenidos considerados peligrosos para la horda menuda. Bienvenida sea, pero no es ése el camino. No obstante yo estoy soltando este rollo con el único fin de explicar cuál es la televisión que me gusta ver a mí, en un afán de presumir y de hacerme el esnob, claro.

Soy un enfermo de Canal Historia, que es una especie de Informe Semanal a lo bestia que igual dedica un programa a recrear la vida y milagros de Gengis Khan que otro a mostrar los misterios de la mafia siciliana, la muerte de Kennedy, la azarosa vida del gran Houdini o los papeles secretos de la RDA. Hay pocos canales más entretenidos que éste: tiene el inconveniente de ser de pago, pero libera de la tensión insoportable de decidir con qué te quedas entre anuncio y anuncio. Enhorabuena al que compra los reportajes, que no tengo ni idea de quién es. Igual cenas acompañado de uno soberbio sobre la llegada de Mao al poder que te entra el sueño con una narración dramatizada sobre las aventuras conquistadoras de Alejandro Magno. La televisión digital cuesta un dinero al mes –tampoco mucho–, pero no es sino el adelanto de lo que un día será la televisión en España: un servidor nos brindará una televisión a la carta y la oferta constará de todas las cadenas llamadas generalistas –la uno, la dos, la tres, la cinco– y los canales que nos apetezca ver de cine, documentales, deportes o dibujos animados. En otros países ya es así. Aconsejo que se interesen por este canal concreto ya que se darán cuenta de que ustedes también pueden ser tan esnobs como aquellos que dicen que no ven televisión ordinaria. Si, por ejemplo –estoy pensando en un reportaje de cuarenta y cinco minutos, que es la duración habitual de todos–, les hubiese sorprendido el que narraba este fin de semana, con una técnica televisiva incomparable, el secuestro de la diputada colombiana Ingrid Betancourt, difícilmente se hubieran levantado a beber agua ni a desbeberla. O el que desglosa las tensas horas que vivió el mundo cuando la crisis de los misiles en Cuba. O el que emitirán esta misma tarde después de comer, que no he mirado cuál va a ser. Háganme caso: además de las de Gran Hermano hay otras muchas historias que conocer. Y están al alcance de su mando.