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Carlos Herrera  
El Semanal, 15 de mayo de 2016
Españoles de mayo y julio

Hace pocos días fue una fecha importante para Felipe VI. A la par que celebraba su onomástica,firmaba con su mejor pluma la disolución de las Cortes y pasaba la pelota al escenario del 26 de junio, tantas veces aventurado estos meses por aquellos que no dábamos un duro por la legislatura presente, ya extinta. Era el pasado día 3, doscientos ocho años después de que las tropas del terrible Murat fusilaran a incontables madrileños acusados de rebelión contra el ejército francés. Napoleón engatusó por dos veces a los inútiles reyes españoles, Carlos IV y Fernando VII, padre e hijo, peleados entre sí y competidores por el título de 'estúpido del siglo', y ocupó, como es sabido, la península ibérica bajo la excusa de transitar hacia Portugal con el fin de domeñarlo y repartírselo con ese par de idiotas. Aquel Dos de Mayo se produjo en Madrid, día anterior a los fusilamientos que inmortalizó Goya, un acto colectivo heroico y ejemplar: los lugareños se alzaron contra el invasor y pelearon durante un puñado de horas contra los soldados mejor armados del mundo; apenas contaban con cuchillos de cocina y cuatro armas robadas de las armerías que, por supuesto, ni siquiera sabían utilizar, pero ello no hizo que se amilanaran, ni siquiera el convencimiento de que serían pasados por la piedra. Es una de esas fechas que enorgullece la historia de un país y perfectamente podría ser nuestra Fiesta Nacional si no hubiera ocurrido un Doce de Octubre trescientos y pico años antes la otra circunstancia de la que España puede sentirse orgullosa, el llamado Descubrimiento de América que ahora la corrección política ha convertido en encuentro de dos mundos y esas cosas. Aquel viaje en cascarones de madera de Colón y los hermanos Pinzón cambió el mundo y merece ser recordado con la solemnidad que sólo unos cuantos gilipollas niegan; pero de no haberse producido aquella circunstancia histórica, vengo a decir, el segundo día de Mayo era la fecha indicada para que nuestro país, como todos los del mundo, celebrara su Día Grande.

Las elecciones darán paso, como sabemos y ya estamos hartos de comentar, a un nuevo Parlamento inevitablemente parecido al que acaba de disolverse y que ha dado no pocas oportunidades de lucimiento a un puñado de numereros y mediocres que difícilmente se verán en otra. Bueno, yerro, se verán posiblemente en el nuevo, el que surja de la presumiblemente desangelada votación del día 26, sólo que será difícil repetir paso por paso el decepcionante pasaje de estos ciento y pico días de legislatura, la undécima a la sazón. A tenor del calendario desplegado tras la firma de Felipe VI, otra fecha se abre con expectativas, la del 19 de julio, día previsible de la constitución de las nuevas Cortes. Y también guarda coincidencia con el proceso relatado. Un 19 de julio de aquel 1808 se produjo otra heroicidad: la batalla de Bailén. El ejército francés se dirigía a Andalucía capitaneado por Dupont, eran más de veinte mil hombres bien pertrechados y vieron cómo otros tantos españoles capitaneados por el general Castaños les hicieron frente en la provincia de Jaén. La batalla fue dura, pero cayó del bando español, suponiendo la primera derrota en tierra del ejército imperial francés. La historia posterior es larga y catastrófica para todos los actores de su tiempo, invasores e invadidos, pero finalmente Napoleón se llevó su Grande Armée y a su hermano José camino de otros frentes, esencialmente el ruso, donde ya palmó del todo. España quedó diezmada, empobrecida, arrasada, saqueada, aunque una breve luz de esperanza liberal se encendió en Cádiz que, desgraciadamente, se encargó de frustrar la vuelta del felón Fernando VII, que bien se lo podían haber quedado en Francia cultivando hortalizas. Hay en Bailén un interesante museo que explica y glosa aquella batalla.

Pues este 19 de julio de hogaño veremos cómo esta España también empobrecida y endeudada goza de una nueva oportunidad de encender la luz. Esperemos que quienes surjan del bosque de listas electorales estén a la altura de aquellos otros españoles de mayo y julio y sepan ponerse de acuerdo para hacerle frente al peor de los invasores: el marasmo, el desánimo, la corrupción y la mediocridad. En aquella ocasión fue el pueblo quien dio el paso, ni ejército ni curas ni afrancesados ni nobles ni nadie. Sencillamente el pueblo español. El mismo que ahora pide energía y decisión. Tomen nota.