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Carlos Herrera  
ABC, 1 de abril de 2016
Revisen sus agendas

El auténtico gobierno del cambio es el que pudieran formar partidos constitucionalistas con vocación reformista

¿HAN mirado en su agenda sus planes para el 26 de junio? De hecho, ¿han comprobado si tienen algún plan? ¡Yo qué sé!: fin de semana de playa, viaje para conocer nueva sobrina, comunión de un nieto, boda de un primo hermano, iniciar Camino de Santiago, comer cochinillo en Segovia, toros en las fiestas de Burgos... Es más que previsible que ese fin de semana, ese domingo, seamos convocados a las urnas al objeto de elegir al Parlamento que elija, a su vez, al Gobierno de la Nación. Anótenlo. Anótenlo si tienen intención de votar, está claro. Anótenlo si les interesa en algo este carajal político español. Anótenlo si es que pasa por su cabeza corregir los escenarios políticos que han hecho posible este estado de cosas.

Es sabido que el Gobierno en funciones lleva algo más de cien días, tiempo en el que arregla el día a día pero no puede hacer planificaciones a largo, medio o corto plazo. Lo que hay es lo que hay. El Gobierno puede tomar medidas de urgencia, pero no acometer política alguna que pueda comprometer las acciones de un nuevo Ejecutivo que surgiera de un acuerdo parlamentario. Es decir, mantiene el grifo, pero no toca la cañería. Nada habría que objetar si la Cámara hubiese elegido con prontitud, a lo largo de estas semanas interminables, un nuevo gobierno, pero al no haberlo hecho todo en España se viste de transitoriedad, de provisionalidad y de indudable calma chicha, esa que hace que, en ausencia de viento, las velas no impulsen embarcación alguna hacia ninguna meta.

Despertamos ayer con la consideración en los medios que hacían muchos analistas del encuentro entre Iglesias y Sánchez.

Varios constataban el canto del cisne de una legislatura que nunca llegó a nacer, con lo que nos invitaban a repasar las agendas con vistas al último fin de semana de junio y a la ineludible convocatoria electoral que de forma automática se publicará en el BOE a primeros de mayo y que resulta más que probable.

La reunión «cool» de los líderes de la izquierda radical, por una parte, y la socialdemocracia fascinada por la izquierda radical, por otra, dejó las cosas como estaban: los comunistoides no quieren saber nada de los liberaloides, y viceversa.

El supuesto socialdemócrata no se da por enterado y sigue creyendo en los Reyes Magos y pensando que se puede producir el Advenimiento de su Gobierno gracias a su indudable atractivo político, lo cual no hace sino engordar la melancolía anunciada de su fracaso: ya quedó dicho en estas páginas de ABC cuando se le recordó que sólo tiene 90 escaños y con eso poco se puede hacer.

Ese fin de semana de junio iremos a votar, con todo lo que ello comporta, por una sola razón: el sectarismo feroz de un secretario general socialista que ha desechado cualquier acceso a la grandeza negándose a una gran coalición con su principal adversario político, el Partido Popular. Ha preferido entregarse al canto de sirena de la izquierda radical, extrema, arcaica y absurda, antes que ceder a la evidencia de que el país, este solejar medio arruinado que podría acabar de despertar mediante un gobierno de amplia base, necesita un acuerdo de reformas prudentes pero valientes y un programa consensuado de gobierno que le proporcione la imprescindible estabilidad para desafiar este presente impertinente y cabronzuelo.

La irresponsabilidad histórica del sujeto que ayer paseaba con las manos en los bolsillos por la Carrera de San Jerónimo hará que volvamos a decir qué queremos los españoles ante una urna, cuando debería ser suficiente lo que hicimos el pasado diciembre. El auténtico gobierno del cambio, en esta España nuestra, es el gobierno que pudieran formar partidos constitucionalistas con vocación reformista. No alianzas de iluminados.

Pero no hay esperanza alguna. Revisen sus agendas.