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Carlos Herrera  
ABC, 26 de febrero de 2016
Del Concordato y Santa Ángela

No hay reunión de progresistas que no pretenda señalar al Vaticano, a la Iglesia católica, como culpable de algo, aunque no se sepa bien qué

ESE acuerdo del que tanto se habla en la España política y del que se dejará de hablar cuando muera la próxima semana, contempla, cómo no, uno de los aspectos inevitables que todo progre –y no digamos si además es «reformista»– deja por escrito en la primera ocasión que tiene de manifestar sus propuestas de futuro: denunciar el Concordato.

El Concordato con la Santa Sede, por supuesto. No hay reunión de progresistas que se tengan por tales, más extremistas o más integrados, que no pretenda señalar al Vaticano, a la Iglesia católica, como culpable de algo, aunque no se sepa bien qué. En esta ocasión, los negociadores del pequeño pacto de buenas intenciones que aúna a socialistas y anaranjados, amén de decidir qué impuestos suben, qué referéndums no hacen, qué reforma laboral se cargan o qué plan de educación buscan para sustituir la Lomce, han acordado revisar los acuerdos con la Santa Sede.

Conviene recordarles que el Concordato no existe, que eso se quedó en la noche de los tiempos, que el Estado español ha llegado a acuerdos puntuales con la Iglesia católica, abrumadoramente mayoritaria entre la población española, para el razonable funcionamiento de las estructuras de la segunda sin que esta se cruce, ni siquiera con la mirada, en el ámbito del primero. Lo gracioso del texto hecho con las prisas características de querer ser investido de aquí a una semana es que no especifica qué cambios ni que dirección plantean para el futuro de esos acuerdos. No. Simplemente señalan que «se revisarán los acuerdos para un nuevo marco de relación». ¿Y eso qué quiere decir? Tamaño poder de concreción asombra.

Lo evidente es que los redactores del documento no han podido abstraerse del mandato de la moda laicista: sea lo que sea, como sea y cuando sea, hay que evidenciar que se está por recolocar a la religión católica no se sabe bien dónde. En eso son mucho más resolutivos los otros novios de los socialistas, la alegre muchachada podemita. En Sevilla, sin ir más lejos, un nutrido grupo de concejales de Participa Sevilla e IU se plantó en la puerta del Palacio Arzobispal (¡qué tentación de asaltarlo!) para reclamar que ningún cargo político pueda asistir a acto religioso alguno, entiéndase la Procesión del Corpus, por ejemplo, que a ningún acto civil sea invitado el arzobispo y, pásmense, que se retiren del callejero de Sevilla todos los nombres de religiosos. Declarar, en suma, el carácter laico de la ciudad en su totalidad. Pienso inmediatamente en santa Ángela de la Cruz, sor Angelita, que hizo por los pobres y los enfermos lo que no hará nunca esa colección de necios y haraganes que ahora quieren quitarle la calle que le puso, por cierto, el alcalde republicano José González y Fernández de la Bandera.

Poca imaginación la de estos pobres chicos, habiendo otras medidas mucho más efectivas. Se las sugiero: eliminación del economato asistencial que mantienen las Hermandades del Martes Santo, del Centro de Estimulación Precoz del Buen Fin, de la Bolsa de Caridad del Gran Poder y la Macarena, de los comedores sociales de Cáritas, de las ayudas a sus barrios de las Hermandades de Torreblanca, del Polígono, de Bellavista. Que en lugar de plantarse bobamente en el Palacio, se vayan a esos barrios, hablen con esas familias y les digan a la cara que se acabó todo eso en virtud del carácter laico de la ciudad. Que vayan a la puerta de las Hermanas de la Cruz y que a todos aquellos a los que cuidan y alimentan –familias enteras– les adviertan que la fiesta terminó y que pueden pasarse por sus delegaciones en el Ayuntamiento a ver qué se les ocurre. 

Y que, con paciencia entre franciscana y bolchevique, aguanten todo lo que les espeten en la cara.