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Carlos Herrera  
ABC, 2 de febrero de 2002
El cura

Esto del cura de Valverde tiene la importancia y la trascendencia que queramos que tenga; no nos engañemos. No creo que vayamos a extrañarnos ahora, a estas alturas de la misa, de la existencia de unos curas sexuados a los que venimos conociendo desde cualquiera de las distancias a las que nos situemos del mundo eclesial. Más cercanos o más lejanos, los fieles, los seguidores o los indiferentes hemos sabido de la tendencia y el comportamiento de muchos sacerdotes de nuestro entorno, a los que, curiosamente, hemos dado mayor o menor crédito por otros distintos criterios de valoración. La única, sutil, diferencia de este caso estriba en el hecho de la publicitación calculada de esta circunstancia personal de cuyo gran servicio a la sociedad me atrevo a dudar. La tendencia sexual de cada quisque me trae sin cuidado, bien sea la de quien deba concederme un crédito o impartirme la bendición, siempre que su conducta se ciña a las más elementales normas de prudencia y respeto colectivo. La pregunta, evidentemente, viene dada: ¿hasta que punto tiene derecho un pastor de almas a violentar colectivamente a una magra grey de feligreses a los que parece importar menos lo que el cura haga en sus horas libres que lo que el cura manifieste ser?. Los parroquianos sospechan de su cura, pero no quieren evidencias porque entonces se les somete a una dura elección entre el ser humano con debilidades y el mismísimo vicario de Cristo.

Tiempo habrá para hablar de ello: vienen días repletos de relatos pormenorizados de testigos de aventuras de curas diversos. Bien en clubs de alterne, bien persiguiendo muchachitos. Aquí, no obstante, no parecemos estar ante el cura calentón que corretea tras jovencitos; se trata de un hombre que habla desde la piel y que eleva un tanto el debate. Veremos. Sólo me inquieta el orden perfectamente establecido que ha parecido tener su declaración 'inculpatoria': declaraciones a una revista de temática homosexual con inmediata repercusión a un diario (entrevista incluida que veremos hoy) y presencia en un programa de radio concreto. Cadena de intervenciones, parece, que pactada de antemano. Luego, la desaparición momentánea. Y la curiosidad social. Y todas las preguntas. Y unas cuantas tonterías inevitables. Veremos, digo, por que, gracias a Dios, la Iglesia es sabia.