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Carlos Herrera  
ABC, 3 de noviembre de 2001
EL CAÑERO: Otra de jueces

Escuchaba ayer como advertía el Profesor Gimbernat que el envío de cartas supuestamente infectadas de ántrax no constituye delito alguno en España, ya que, al fin y al cabo, sólo contienen productos inofensivos. Si la Policía, por tanto, descubre a alguno de los malintencionados que pretenden meter miedo en el cuerpo a determinados conciudadanos suyos, sepan que no les va a pasar absolutamente nada ya que «sólo envían polvos de talco». Para los jueces, a buen seguro, no contará que hayan podido crear inquietud, azogue, incomodidad, susto, inconvenientes: la legislación española no contempla esa posibilidad. Se irán de rositas pese a que hayan provocado pánico a unos cuantos. España es así con sus cosas y sus jueces ven la vida desde la vertiente cómoda.

Díganme si no como hay que considerar la sentencia de un tribunal de la Audiencia Provincial de Pontevedra que ha condenado a nueva meses de prisión y a una indemnización a un hombre que, al defender a una joven que estaba siendo víctima de una grave agresión sexual, le arreó un puñetazo al violador. La susodicha Audiencia no sólo no ha actuado de oficio contra el agresor -que ya tenía medio desnuda a su víctima en medio de una importante violencia- sino que ha admitido su denuncia por agresión y ha condenado al que salvó a la señorita de una segura violación. Por surrealista que parezca eso ha sido tal y como lo leen. El Presidente del Tribunal, sin vergüenza, y sus dos magistrados ayudantes, han considerado probado que la intervención -un mandoble que le saltó dos dientes- evitó males mayores ya que el sujeto estaba agrediendo sin contemplaciones a una trabajadora de su empresa a la que arrinconó en un lugar apartado.

Ello, no obstante, no empece para que el salvador, según estas lumbreras jurídicas, no obrara desproporcionadamente y merezca una condena como esta. Según el tribunal el ciudadano debería haber convencido con argumentos más astutos al salido, reconveniéndole amablemente de su acción y afeándole la conducta con educación. El agresor sexual va a trincar una pasta y tiene nueve meses por delante para acabar su trabajito sabiendo que quien intervino estará ese tiempo ocupado en prisión. Extraordinario.