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Carlos Herrera  
ABC, 19 de diciembre de 2015
La mascá

El más tranquilo después de la mascá que ha recibido Rajoy… es el propio Rajoy. Va un chalado y le arrea un puñetazo a un presidente de Gobierno, resulta detenido, investigado, se multiplican las interpretaciones, y finalmente se decide que tampoco pasa gran cosa. Rajoy entiende que es un hecho aislado, que no tiene interpretación política, desiste en denunciar al sujeto que le deja sin gafas y pretende pasar a otra cosa. Como si fuera tan fácil.

El pobre tonto que lanzó el puño contra su paisano es un perfecto imbécil. Con todos mis respetos a su familia y a todos los imbéciles que no van por ahí soltando el gachetobrazo. No es el producto de la exclusión social ni de la represión política. No nace de la injusticia dictatorial de un régimen ni de la rebelión contra la presión asesina de un sátrapa. Nace en una familia normal y en una sociedad medianamente equilibrada. Pertenece, eso sí, a una grey que ha hecho de la violencia verbal y escénica poco menos que una religión. Está inscrito en las huestes de la extrema izquierda, del independentismo y del forofismo futbolístico. Al parecer, ha sido tratado sin demasiado éxito de determinados desequilibrios evidentes. Ve a pocos metros la posibilidad de alcanzar su minuto de gloria y se lanza puño en ristre. Bien. Póngasele a disposición de la Justicia y decida esta qué se hace con él; que no se hará nada, gracias a esta estúpida Ley del Menor que permite a cualquier tío con menos de 18 años hacer lo que le dé la gana sin que le pase prácticamente nada. La historia puede acabar ahí, pero no sería completa sin hacer determinadas consideraciones.

Una de ellas tiene que ver con las reacciones a la mascá. Una legión de idiotas –incluso con cargo público- retuercen cualquier argumento con tal de no ceder y reconocer que el sujeto es un cretino, un pobre diablo. Hasta una concejal del PSOE dice que lo lamentable no es el puñetazo, sino que Rajoy pueda volver a ser presidente con las pocas veces que va a Pontevedra. Otros lo jalean directamente y unos cuantos, como la basura esa de rapero llamado Pablo Hasel, lamentan que el golpe no tuviera mayores consecuencias. Reconozcamos que eso no hubiera pasado de pertenecer el gladiador a la extrema derecha y ser la víctima, digamos, el tal Pablo Iglesias. Recordemos que el día que un par de descerebrados entraron en la librería Blanquerna de Madrid a reventar un acto cantando el «Cara al Sol» ¡hubo hasta una comisión parlamentaria en el Congreso de los Diputados para investigar o discutir el asunto!

La violencia ha sido ejercida estos últimos años de manera sistemática por la izquierda extrema de forma absolutamente impune. Los «escraches» son una buena muestra de ello: la relación de políticos cercanos al PP violentados en sus domicilios por una cuadrilla de exaltados es voluminosa, tanto que no cabría siquiera un resumen de ello en esta página completa. Se ha considerado que era la legítima violencia del pueblo ante el maltrato que la «casta» ha inflingido a las pobres víctimas del expolio bancario. El propio Pablo Iglesias ha justificado a Pablo Soto, el concejal madrileño que ansiaba la desaparición física de Gallardón, o ha celebrado la paliza recibida por un policía en su enfrentamiento con unos cuantos cabestros de su cuadra. Yo no digo que este chaval con aires de psicópata sea consecuencia directa de las palabras de esta extrema izquierda que ahora quiere pasar por socialdemócrata, pero tampoco que se nos quiera hacer pasar a este sujeto por otra suerte de víctima tal y como aventura su abogado. No, amiguito, no. Tu defendido es un indeseable, y tú lo sabes. Y todos los que escriben en las redes las barbaridades que se pueden leer, también. Independientemente de que Rajoy, en campaña, no quiera emprender acciones legales.