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Carlos Herrera  
El Semanal, 6 de diciembre de 2015
La Argentina de Macri

Nadie que haya conocido Argentina podrá negar la fascinación que produce en el visitante -y más siendo español- ese inmenso país de contrastes, atractivos y contradicciones. Cuando en España cruzamos la península desde Gerona hasta Sevilla, apenas hemos recorrido mil y pocos kilómetros; eso en la Argentina es pasar de una provincia a otra. Viajar sin prisa desde el norte hasta donde muere el continente es uno de esos viejos placeres pendientes que tiene este que declara su amor manifiesto por el cono final de América. La historia de Argentina, llena de vaivenes dramáticos, está llena de pasajes dignos de ser observados. Desde Hipólito Yrigoyen hasta nuestros días, lo que enmarca la Argentina más o menos moderna, una cadena de héroes y canallas se ha ido sucediendo en la gobernación en un permanente tira y afloja entre la democracia y la barbarie, entre el desastre y la eficacia. País de recursos valiosos, ha dependido demasiado de personajes poco dados a la sensatez y la productividad, habiendo sido elegidos unos o impuestos otros. Ahora, tras el reinado del matrimonio Kirchner, Argentina goza de una nueva oportunidad tras la elección de Mauricio Macri, político de perfiles bastante inéditos por el Río de la Plata.

Macri fue presidente de Boca Juniors, entre otras cosas. Los seguidores de esa forma de entender el fútbol le agradeceremos mucho los éxitos conseguidos. Y los ciudadanos que le votaron para gobernar la municipalidad de Buenos Aires, también y por lo mismo. Ha sido el único empresario que alcanza el poder y el único en hacerlo después de una segunda vuelta. No es peronista, está claro, pero tampoco de la Unión Cívica Radical. Y se enfrenta a desafíos tan ciclópeos que merecerá la pena ver cómo los resuelve. Argentina protagonizó en 2001 -tiempos de corralito- la quiebra o default más sonora de la historia. Se negó a pagar la deuda. Néstor Kirchner consiguió, ciertamente, una quita y una renegociación del 90 por ciento de la misma y pareció que la cosa tendía a arreglarse. La economía creció... hasta que llegaron la crisis, los holdouts y su esposa, Cristina. Los llamados fondos buitres, ese 10 por ciento restante, no se avinieron al acuerdo y llevaron la cuestión a los tribunales. Un juez de Nueva York les dio la razón y el proceso se suspendió. Nuevo default. La inflación ronda el 25 por ciento o más, cosa que no reconoce el Gobierno. Ha crecido hasta el exceso el gasto público, lo cual ha llevado a la economía argentina a un severo déficit, olvidando el superávit que alcanzó en los primeros años de este siglo. Anda regular de reservas y ejerce una política teñida de populismo que amedrenta a cualquier inversor: la seguridad jurídica de las empresas más parece una cuestión dependiente del capricho de la Señora y sus cuadrillas que una cuestión formal reglada y garantizada. El despilfarro, el caciquismo y el estancamiento económico están por demás. La inseguridad, otrosí. La economía argentina depende en gran medida de la exportación que le brinda su particular tesoro de materias primas: si los países que te compran, no obstante, decrecen o entran en regresión, lo pagas tú vendiendo mucho más barato y ganando menos. De ir creciendo de manera expansiva, Argentina ha pasado a estancarse, si no a decrecer.

Y a todo eso se enfrenta Macri. Y a más cosas, a buen seguro. Debe despejarse la duda del asesinato del fiscal Nisman, debe relajarse la relación del poder con los medios de comunicación, debe estabilizarse el cambio de moneda y debe permitirse el estudio de los indicadores económicos por agencias privadas e imparciales. E invitar a las empresas que huyen despavoridas a que vuelvan a invertir en un país de grandes posibilidades. Y convencer al mundo de que aquello no es un lugar al que dar por imposible y del que salir corriendo. Hay grandes argentinos capaces de sacar a su país adelante y proporcionarnos grandes alegrías a quienes sentimos vieja devoción por aquellas tierras llenas de vigor y arte, de sensibilidad y fuerza.

Devolver la moral de victoria a la ciudadanía argentina es una primera e imprescindible labor de aquel que ha sido elegido en contra de todos los pronósticos. Debe acabar, por demás, con el sentimiento de fatalidad que asignan a su destino. Todo ello no es poco. Ojalá sean capaces nuestros amigos australes de conseguirlo.