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Carlos Herrera  
ABC, 11 de noviembre de 2015
Un sainete de feria de pueblo

Mas consigue aprobar un plan ilegal y suicida, y no logra, ni con esas, resultar elegido 

El guión parece escrito por un autor de pasillos de comedias. El actor entra por aquí y se mete en el armario, del que asoma cuando se esconde la actriz, la cual abre la puerta de un altillo del que sale el amante. Y tal y tal. Ni el más retorcido de los escritores políticos españoles habría supuesto una trama en la que los personajes exhibieran una capacidad tan insospechada para el ridículo escénico. Mas, un señor de derechas cautivo de porcentajes cleptómanos, se echa en manos de un grupo de paleoanarquistas cavernarios con tal de permanecer en la escena los meses justos para conseguir un imposible.

Consigue aprobar un plan ilegal y suicida, que más parece una parodia que un trazado histórico solvente, y no logra, ni con esas, resultar elegido por quienes le fuerzan a lo primero, con lo que transmite la fotografía de una comunidad política que resulta dispuesta a aprobar una aberración en la Europa de hoy y no resulta apta, en cambio, para elegir el piloto del camino al naufragio.

Demasiado para la Cataluña de hogaño, esa región capaz de lo mejor y lo peor, de lo excelente y lo negligente. Me pongo en la piel de los catalanes a los que aprecio y conozco, y siento el ridículo como algo mío: quieren la independencia y lo único que van a conseguir es perder la autonomía; y verse, además, reflejados en cuatro o cinco actores de sainete de risotada, palmetazo y teatros portátiles. ¿Cómo acaba el entremés?: con el protagonista en calzoncillos, perseguido por la actriz a escobazos y el regodeo del público invitado a la sesión. Gozoso final para una feria de pueblo; triste final para el Parlamento de una región habilitada para representaciones más cultivadas.