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Carlos Herrera  
ABC, 5 de mayo de 2001
Feria de Kernstein

La Feria de Sevilla apura sus últimas horas. Los sevillanos -incluidos aquellos que no somos muy feriantes y que vamos sólo un par de veces al Real- nos aprestamos a vivir con el aluvión, con la jarana, con el colorido, con la belleza armónica del paseo de caballos y con las variantes degenerativas de todo ello, es decir, la masa, alguna estridencia y el espantoso «rebujito» que se obtiene de ensuciar la manzanilla sanluqueña con algo de gaseosa. La Feria sobrevive, empero, a todo. Sevilla siempre acaba ganando. Que se lo pregunten a Richard Kernstein, norteamericano de Atlanta, periodista influyente, hombre de confianza de Bill Clinton y paseante primerizo por el Real. Fascinado por lo que estaba viendo, este empresario de la comunicación, magnate de medios, asistía boquiabierto a lo que él calificaba «el mayor espectáculo del mundo». Me aseguraba no comprender cómo sus compatriotas preferían asistir a los Sanfermines antes que a una manifestación de elegancia, gusto y alegría como nuestra Feria. Sin tener ni idea de español, se me perdió durante cuatro horas y apareció por mi caseta al cabo de ese tiempo rodeado por cuatro amigos, una guitarra y dos palmeros. Me decía que había visto dos de las tres grandes cosas que puede haber visto un ser humano en su vida: un combate de Cassius Clay y un concierto de Elvis; la tercera es, según su criterio... una corrida de toros. Pude pegar un mangazo de tendido y me llevé al americano a la Maestranza. Hubo suerte: dos orejas. Otra vez a la Feria... y llevo diez horas sin saber de él. Me dijo «luego te veo» y hasta ahora. «Esto le hubiera vuelto loco a Clinton, si lo llego a saber os lo traigo», me decía. Si alguien ha visto a un inequívoco norteamericano, alto, elegante, educadísimo, simpático y, supongo, con una papa horrorosa, que me lo haga saber. Trabajo para su consultora de medios en los EE.UU. y prometí devolverlo en el mismo estado en el que me lo enviaron, es decir, tieso como un ajoporro. Supongo que seguirá con las dos orejas en su poder... pero sé que le acompañará un indisimulado amor por Sevilla.