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Carlos Herrera  
El Semanal, 18 de octubre de 2015
La chica de los siete nombres

Hyeonseo Lee es uno de los nombres que tiene. Tuvo seis más y los utilizó mientras era presa ciudadana del más disparatado sistema político del mundo: el Reino comunista de los Kim, Corea del Norte. Tal y como aconteció a los protagonistas de 'Los acuarios de Pyongyang' o los del libro de Barbara Demnick 'Querido Líder' aquí glosados en su día, hubo de arriesgar su vida y huir de su paraíso para acabar escribiendo este libro en el que relata todas las penurias y todas las barbaridades enloquecidas de las que es capaz un régimen inaudito, criminal y endemoniado. Hyeonseo creció en varias ciudades norcoreanas, en las que vivió con normalidad las normas irracionales del comunismo perfecto, resumidas todas en la génesis exacta del miedo, del terror a equivocarse en cualquier centímetro del absurdo al que se somete a sus ciudadanos, y recibir el castigo que se reserva a los «enemigos» del régimen. Un norcoreano puede ser tachado de enemigo si no tiene inmaculadamente limpios en la mejor pared de su casa los retratos del par de chalados que los han gobernado desde la Guerra; o si no muestra suficiente entusiasmo en la glosa diaria al joven Mariscal que ha heredado el trono; o si es denunciado por un vecino que observe alguna flaqueza en su comportamiento o, no digamos, cualquier comentario desafortunado sobre la ventura del país en el que vive o de sus líderes. Desaparece la familia entera. Hacia arriba, abajo y a los lados. Si tu songbun el medidor del sistema de castas norcoreano que mide la lealtad de tus abuelos, padres y la tuya misma no es el mejor, sabes que jamás alcanzarás el derecho a moverte de tu aldea, ni cargo alguno en el partido o el ejército, o el simple placer de conocer la capital y pasear por los parques de atracciones construidos para los privilegiados del sistema. Serás siempre un sospechoso, como de hecho lo es cualquier nativo de aquel infierno. El songbun decide tu vivienda, alimentación, ocupación, derechos y bienestar social. El de Hyeonseo no era malo hasta que su padre, militar, cayó en desgracia y murió después de ser detenido. Ello coincidió con la feroz hambruna que asoló aquel paraíso en la década de los noventa y que solventó con millones de muertos: había desaparecido la URSS, que, como a Cuba, suministraba alimentos y combustible a Corea del Norte, y el país cayó en picado. No se suministraba comida a la población y esta perecía en las calles o en sus casas después de haber buscado desesperadamente raíces de cualquier brote para subsistir. Hyeonseo no podía entender que eso pasara en «el mejor país del mundo». Creía que era más propio de los Estados Unidos o de Corea del Sur, donde siempre le enseñaron que morían los niños abandonados en la calle.

Tenía entonces diecisiete años. Vivía en Hyesan, lejos de las fachadas de Pyongyang, que es lo único que pueden conocer los visitantes en los viajes que organiza el tontopollas este catalán que hace de embajador del sistema vestido de soldadito. Al otro lado del río de su pueblo estaba China, que tampoco es precisamente un paraíso para los norcoreanos, ya que al que sorprenden cruzando lo devuelven, lo que le supone o la muerte o la desgracia para todos los suyos (cuenta que los ahorcamientos de «enemigos del sistema» son públicos y están obligados a contemplarlos hasta los escolares). Cuando el río se hiela en invierno, no obstante, huyen los que se atreven y pueden. Ella lo hizo y hubo de pasar no pocos años en la clandestinidad temiendo ser descubierta y deportada de vuelta. Rehizo una primera vez su vida y, más tarde, pudo llegar a Corea del Sur, donde la reconstruyó de nuevo habiéndose de acostumbrar a la libertad y a una vida entre medidas sensatas. No les resulta fácil a los norcoreanos que consiguen escapar. Están programados para una demencia social de la que es difícil escapar.

Ella lo hizo y lo cuenta en este libro ('La chica de los siete nombres', Editorial Península), que resulta tan asombroso, por increíble, como todos los publicados en los que se relatan las inconcebibles condiciones políticas y sociales de la vida cotidiana en el 'Paraíso de los Kim'.