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Carlos Herrera  
ABC, 20 de enero de 2001
Menudo rollo

Quiero imaginar que conocen ustedes la historia de Diego, un chiquillo de dos años al que se le conoce como «El niño de El Royo» y que, con su corta edad, ha sufrido la experiencia judicial de vivir en el seno de tres familias y varias casas de acogida. Este niño es hijo de una mujer que sufre determinados trastornos de conducta, los cuales aconsejaron, en su día, que el niño fuera dado en adopción a una familia soriana. Se adaptó rápido a ese hogar, el matrimonio era feliz y aquí paz y allá gloria. Los médicos, vaya por Dios, decidieron entonces que la madre biológica ya estaba en proceso de curación y que le convenía volver a tener al muchacho. Rápidamente, el Juzgado correspondiente puso un sello en un papel y arrancó ese niño de la familia que ya era suya y se lo llevó a una casa de acogida y, más tarde, decidió entregárselo a una tía de la madre. Ahora la tía de la madre ha dicho que no quiere saber nada y ha devuelto al niño porque no aguanta a la madre biológica, su hermana. Con la misma rapidez y frialdad, el juzgado ha vuelto a poner otro sello en otro papel y ha enviado al chiquillo, de nuevo, a otro hospicio.

Probablemente hoy, ambos, jueces y políticos, hayan cenado opíparamente, se hayan rascado la barriga después de eructar y hayan dormido a pierna suelta. De no ser así, no se entiende que se pueda arremeter de esa manera contra el sentido común sin que nadie se rebele, sea juez o consejero. Porque, a la postre, lo que queda de todo este desastre es un niño maltratado por la vida y por la Administración, a la cual sólo parece importarle cubrir el formalismo funcionarial y cumplir fríamente con lo que interpretan ellos que dice la Ley. Si la Ley dice eso, la Ley es una mierda, y cuando una Ley está torturando manifiestamente a un indefenso hay que darle las suficientes vueltas para que su aplicación no sea una canallada. Digo yo que para eso habrán estudiado Sus Señorías tantos años de temarios y oposiciones, tantas noches en vela, tantas centraminas y tanto café.

Mientras esto leen, Diego sigue en su Centro de Acogida a la espera de qué nueva aventura le deparan el carretón de incompetentes con el que le ha tocado cruzarse.