artículo
 
 
Carlos Herrera  
ABC, 25 de febrero de 2000
Carnaval de España

Ya sé que los días que vivimos son carne apetitosa para un comentarista político y social; sé, igualmente, que no ceñirse a ese gran asunto que ahora debatimos y que consiste, fundamentalmente, en analizar el papelón de Ibarreche y la estupefaciente bellaquería de Arzallus y Eguíbar, puede parecer un intento de desmarcarse de una obligación concreta: señalar con toda crudeza el crítico momento por el que está pasando una sociedad, la vasca, fracturada y machacada por el dislate histórico que han puesto en danza los nacionalistas y, antes que los nacionalistas, los terroristas. Todo eso lo sé; pero sé, asimismo, que en toda situación de tensión siempre debe quedar alguien para servir los cafés y para procurar que el vino esté, como poco, a su debida temperatura. Y en eso estoy. Las situaciones no son comparables, pero cuando estalló la Guerra del Golfo, algún sandio sugirió que, entre otras cosas, se suspendiese el Carnaval de Cádiz y el Concurso de Agrupaciones que se da cita en el Teatro Falla.

Considerablemente aturdidos y molestos, los gaditanos respondieron que, puestos a suspender, parecía más adecuado que suspendieran la guerra. Incluso el Maza , genio gaditano creador del último gran cuarteto & 151;en Cádiz los cuartetos son de tres, o de cinco, pero nunca de cuatro& 151; hizo enormemente popular el estribillo de uno de sus cuplés que decía: ...y es que la gente no respeta...ni que estemos en Carnaval . Válgame, pues, la misma razón para escribir hoy acerca de la & 151;probablemente& 151; máxima exposición de talento popular que se vive en este patio descosido y confuso que son las Españas. Los mismos nombres de las chirigotas son, de por sí, una exposición de gracia: El Príncipe Encantado... yo bien, gracias , o una que resultó todo un exponente de aquella España del pelotazo y que llevaba por nombre Vamos a llevarnos bien... todo lo que haya que llevarse , o Los Caballeros de la Edad Media , que representaban a unos vendedores de caballa de una edad media, unos treinta o cuarenta años. Carnaval de Cádiz. En su tiempo estuvo disfrazado de Fiestas Típicas, pero disfrazado aún resultaba brillante: Enrique Villegas llevó por el mundo a los inolvidables Beatles de Cai a lomos de su estribillo: Amarillo el palomino es, amarillo es, amarillo es , igual que ahora triunfan sin remedio nombres como el de Selu creador de Los Borrachos que cantaban Aquellos Duros Antiguos al revés, o El Yuyu , o El Libi , o ese genio de Manolito Santander, que al frente de Los de Capuchinos ha cantado este año que El Cádiz ya no gana ni en la Play Station . Todo ha sido relativizado en el Carnaval. La Familia Real se ha llevado lo suyo: de Urdangarín se ha dicho que su nombre suena a como arranca una vespa y de la inolvidable Doña María que algún ladrón logró entrar en sus habitaciones y le robó el violín.

Incluso el Rey ha aparecido: cuando el Príncipe Felipe protagonizaba aquella serie de la España Salvaje, los chirigoteros cantaron que Don Juan Carlos podría aparecer en Impacto TV simplemente televisando sus pellejazos en la nieve, como bien ha recordado Antonio Burgos, Doctor en Carnaval, en sus páginas memorialistas. Y Paco Alba, claro, creador de la comparsa y eje de la recuperación de las coplas de Carnaval después de que García Cernuda, padre de mi querida Pilar Cernuda, aconsejara insistentemente al Gobernador Civil que recuperara la tradición rota por la guerra. Y el Quini , y el Melu , y Ramón Fletilla, y Antonio Martín, y ahora Martínez Ares, y tanto genio suelto. España va bien... en waterpolo , le dedicaron a Aznar. Y muchas más cosas que no sé si el sentido del humor del presidente y su peculiar gracejo le dejarían escuchar sin mover el bigote. Teófila, que gana en Cádiz arrasando en las urnas, tiene que aguantar, como todo bicho viviente, que le canten eso de Teo, Teo, que hasta el nombre lo tienes feo . Y, la verdad, lo aguanta tan pancha. A Chaves, cono