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Carlos Herrera  
ABC, 17 de julio de 2015
El llanto de Marco

AMPLIARLA tentación me lleva a escribir sobre la lista conjunta de monjas y entrenadores que el secesionismo catalán quiere presentar a las elecciones de septiembre: la encabeza el fenómeno aquel que se quejaba del miedo que producía a los catalanes el vuelo que aviones militares españoles, en maniobras rutinarias, realizaban en nuestro espacio aéreo, con lo cual queda mucho dicho. La tentación me lleva a escribir sobre el indisimulado tic de dictadorzuelos que muestra la extrema izquierda gobernante en Madrid cuando anuncia una web para señalar a periodistas no plegados a sus dictados informativos. La tentación me lleva también a escribir sobre el esfuerzo presupuestario que los españoles tendremos que hacer para rescatar por tercera vez a una Grecia que considera que hay que pagarle las fiestas y, además, insultarnos por ello y llamarnos terroristas…

Pero hoy la noticia es Marco, esa criatura felizmente a salvo que de mayor podrá decir que tuvo como primera cuna las basuras. Como saben, su madre, una mujer colombiana, madre a su vez de otros tres hijos, lo arrojó a un contenedor en Mejorada del Campo metido en una mochila, con la esperanza de que el triturador lo eliminase y nadie se percatara de ello. La tenaz insistencia de los bebés por vivir hizo que su llanto fuera escuchado por un paseante que alertó a los guardias que, inmediatamente, reclamaron la participación de los artilugios necesarios para rescatarlo. No era fácil, por cierto. Un pequeño brazo saliendo de la bolsa les confirmó que aquello que gemía era un niño de diez días. Hoy está como una rosa y pronto pasará a ser atendido por una familia o por la entidad que corresponda. Quienes le atendieron le impusieron el nombre de Marco.

Párense a pensar en esa mujer, al parecer, y según confesión propia, aturdida por dificultades económicas. ¿Qué transita por la cabeza de alguien que cree que no tiene consecuencias obrar así?: ¿qué pensaba decirles a sus otros hijos?, ¿cómo creía que podía explicar administrativamente la desaparición de un niño nacido en un hospital público?, ¿qué clase de conciencia tiene que puede creer que esa acción no le iba a perseguir de por vida?, ¿qué puede llevar a alguien a la crueldad de triturar a un bebé?, ¿cómo veía discurrir el paso de las horas sabiendo que en ese momento estarían machacando con restos orgánicos del vecindario a un ser vivo nacido de sus entrañas?

Y caben muchas más preguntas. La madre hubiera podido dar a ese vástago en adopción. O en acogida. El mecanismo se activa con facilidad, aunque determinado fárrago sea inevitable. No habiéndolo hecho, ¿qué consideración merecen los hechos? ¿Hay que albergar algún tipo de piedad por una persona que muestra un desequilibrio tan evidente? ¿El resto de los hijos están a salvo con alguien así o hay que darle nuevas oportunidades?

Lo cierto es que Marco está vivo gracias a una casualidad y en su bendito sueño ignora que sobrevive gracias a su llanto. Ojalá la vida le sea grata y pueda sobreponerse, una vez mayor, a una verdad que acabará conociendo. Esperemos que no se convierta en otro ejemplo de torpeza administrativa y que no tenga que pasar de familia en familia, de acogida en acogida, como otros lamentables casos que se conocen. Miles de familias en España acogerían hoy mismo con los brazos abiertos a esa criatura para toda la vida. Crecerá feliz, como tantos niños adoptados, cambiará de nombre y de ciudad… o tal vez sea devuelto al seno de hermanos que ahora cuida el padre con la sombra permanente de la madre que inconcebiblemente quiso convertirlo en residuo sólido urbano.

Como fuere, hoy Marco es el paradigma de la vida. De la persistencia y la fortuna dentro del infortunio. Deseo, chavalín, que el futuro te sea propicio. El mundo al que has venido, como ves, da alguna vez segundas oportunidades.