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Carlos Herrera  
El Semanal, 14 de junio de 2015
Cuatro elepés, cuatro

Las viejas discotecas de vinilos de las emisoras de radio son un pozo sin fondo en el que darse de bruces con algún tesoro que creíamos perdido. La mejor que he conocido, la de RNE, estaba gobernada con primor. Otra espectacular era la de Radio Barcelona, Cadena SER, pero en tiempos de Polanco se llegó a un acuerdo para cederla a la Generalitat catalana, con el compromiso de que esta la digitalizara y suministrara cualquier contenido al momento. Muchas otras emisoras se están deshaciendo o se han deshecho de todos sus vinilos vendiéndolos al peso. Hay coleccionistas que saben lo que compran y que por tres mil euros se llevan veinte cajas de tesoros, algunos de los cuales no se pueden encontrar en plataforma alguna, ni iTunes ni Spotify. 

Con esa idea me dirigí a una emisora amiga que liquidaba sus cerca de veinte estanterías y le pedí al director echar un vistazo antes de que todo fuera pasto de los otros buscadores de perlas. Eché, ahora que tengo tiempo, un par de días fascinantes reviviendo algunos éxitos olvidados, algunas portadas prodigiosas y algunos intérpretes desaparecidos. Y, lógicamente, di con tesoros. Concretamente con cuatro, de los que apenas uno puede encontrarse en digital en la Red.

El primero fue un viejo elepé de una artista excepcional, racial, poderosa, demoledora: Maruja Garrido. De Maruja se encuentran cosas, pero no necesariamente las mejores. En este caso era una grabación en directo en su sala talismán, Los Tarantos de Barcelona, repleta de palmas y jipíos desde siempre, desde que llegó Maruja, formando parte del cuadro flamenco de Amalia Román. No tuvo mucha proyección discográfica porque ha sido siempre una mujer de directos, pero en este primor de disco se marca una versión del Me muero, me muero, de Lolita de la Colina, que quita el hipo.

Detrás de este otro llevaba años, muchos años: un Zafiro del 72 del gran Juan Pardo titulado Natural. Juan ha vendido discos a saco y ha firmado éxitos indiscutibles, ya que es un magnífico creador e intérprete, pero en este elepé completamente blanco ofreció un perfil inaudito, íntimo, irrepetible. Está cantado en un más que correcto inglés, grabado supongo en Londres y arreglado por aquel fenómeno que fue Adolfo Waitzman, músico monumental, marido de Encarnita Polo y creador del sonido que le dio a la artista sevillana éxitos que aún ruedan por ahí. Pardo acomete dos o tres piezas en el disco que no tienen nada que envidiar al mejor Cat Stevens, como por ejemplo la que da título al disco. No aparecía por ninguna parte: si uno entra en la Red y en los streaming varios, encuentra cientos de canciones de Juan, solo o en compañía de otros, pero nada de esta felicísima creación que encontré rebuscando con ahínco de balda en balda.

Al igual que me ocurrió con un disco de Karina. Sí, sí, Karina, la que conocemos todos. En los tiempos felices de Hispavox, la de aquel sublime Rafael Trabuchelli, con un impagable Waldo de los Ríos como mago del arreglo, creador de un sonido majestuoso y único, Karina grabó un disco de canciones de su marido Tony Luz, entre otros, con un diamante inesperado: una versión exquisita del Vincent, de Don McLean, aquella inmarcesible balada dedicada a Van Gogh que aún suena como un regalo al oído. Sabía que existía, pero no daba con ella por parte alguna, hasta que, detrás de un par de vinilos de Jorge Cafrune y Marito, apareció este incunable.

Y detrás de un elepé de Lolita Garrido surgió como un delfín entre las aguas el último primor: Pedro Ruy Blas y el grupo Dolores. Tampoco es fácil encontrar la primera versión de La niña de los Montoya, una feliz creación de Pedro y el inolvidable Hilario Camacho que ha pasado al silencio de los archivos. Se puede encontrar una versión posterior, que grabó Ruy Blas con cadencia completamente distinta. Tanto que es otra canción. Ese disco completo, de arriba abajo, con Hilario, Jorge Pardo y músicos jazzísticos de primera línea, es difícilmente igualable, y no se encontraba así se buscase con georradar. Una vez en mis manos, les aseguro que va a estar mejor cuidado que el Códice Calixtino.

Cuatro diamantes para la eternidad. Como los que deben de seguir escondidos por viejas discotecas de las emisoras de radio. Como me dejen buscar, verás tú.