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Carlos Herrera  
El Semanal, 29 de marzo de 2015
Sombreros para Reyes

Gracias a Reyes Hellín y a este libro recién horneado y de próxima aparición (Sombreros para Reyes Hellín, Teófilo Ediciones, 2015), sé que una mujer no debe llevar sombrero o tocado en una oficina o comiendo en su propia casa. Digamos que es un conocimiento que no me resuelve grandes conflictos, ya que conozco pocas mujeres que vayan con pamela a la oficina o que coman filete en su cocina debajo de un conjunto artístico de singularidad manifiesta. Ni tampoco me evita a mí caer en la tentación, ya que soy poco dado a sembrarme flores bajo ningún tipo de supuesto. Pero es un dato que sumo a la discreta cantidad de cosas que sé y que permiten epatar en una conversación aburrida. Ciertamente, con Reyitas uno aprende no sólo cómo hay que llevar un sombrero si se acude, por ejemplo, a un bautizo 'civil'; cómo tiene que tocarse la madrina de una boda o cómo evitar suicidarse indumentariamente eligiendo lo indebido para presentarse en una reunión de arpías deslenguadas. O como visitar Ascott sin que tengas que acabar corriendo tú cual si fueras un purasangre. 

También se aprende a colgar un cuadro en el sitio debido, a despejar una habitación de sobrecargas decorativas, a combinar cojines con sofás, a tirar alfombras por las ventanas y a disimular los cables de la televisión que suben por una pared. Y a diferenciar un sombrero de verdad de un parapente en miniatura o de un cesto de frutas salvajes plantado en lo alto de la cabeza.En esto último se da por cierto que Reyitas es una autoridad internacional. Su tienda de Sevilla ha visto pasar a un ejército de clientas de toda procedencia ávidas de una solución única para su cabeza. Todas ellas sabían que el gran gurú Philip Treacy confecciona para ella piezas en exclusiva. El gran genio de la costura sombrerera sólo hace eso con la autora, con nadie más, cosa que saben las aficionadas a vestir su cabeza de exclusividad, de alta costura. Reyes suele decir que ha visto malograr una buena pieza firmada por un gran creador simplemente por haber escatimado en el sombrero o por haber descuidado la elección. Razón no le debe de faltar. Nombres como Stephen Jones o Manolo Blahnik, uno por la cabeza y otro por los pies, también confían su trabajo a esta sevillana de múltiples crianzas por media España que, al cabo de los años, ha considerado que su lugar en el mundo estaba a pocos metros del Museo de Bellas Artes de Sevilla, en compañía de Murillo o Zurbarán, donde ella ora et labora. 

En este libro se suceden algunas de las claves elementales que uno debe manejar en asuntos de imagen y protocolo, esas cosas que todos creemos saber, pero que desconocemos en muchos aspectos, consiguiendo que en ocasiones pasemos del patinazo al más absoluto de los ridículos. Y más ámbitos en los que la joven Hellín se mueve con aplastante seguridad, como aquellos que tienen que ver con esa cosa tan vaporosa e inasible que es el glamour. Quien esto escribe polemiza mucho con ella, ciertamente, ya que manejamos criterios no siempre coincidentes -cosas que a mí me gustan a ella le horrorizan y viceversa-, pero debo reconocer que casi siempre acabo haciéndole caso: la mayoría de las veces no te queda más remedio que concluir que Reyitas tenía razón y que tienes que quitar ese centro de mesa de tu comedor y, a ser posible, quemarlo.

Ignoro si ustedes serán capaces de trascender del texto para llegar a captar el tono. También tiene importancia, ya que Reyes Hellín es un permanente cascabel y como tal se expresa siempre en una inacabable cohetería de sonrisas, como si la niña pequeña que fue continuara resistiendo a morir. Reyes es inagotable, proteica, 'seguía', generosa; tiene un alto sentido de la lealtad a los suyos; y tanto su inocencia como su sonrisa son de alto voltaje. Si como exterminadora de mamarrachos no tiene precio, como compañera de paseo en la vida tampoco. Su libro es una manera de ser ella misma, razón por la cual les invito a conocerlo.