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Carlos Herrera  
ABC, 6 de febrero de 2015
El dulce encanto de la paranoia

El Barça, como esencia misma de Cataluña, de la Cataluña soberanista a cuyo servicio se ha puesto, es un poblado rodeado

AMPLIARME siento hondamente conmovido por las declaraciones recientes del presidente del F. C. Barcelona, conocido como Josep María Bartomeu, cordial y agradable persona de quien no podrá decirse que haya sido protagonista de extravagancias de las que tanto gustaba su antecesor Laporta ni de excesos verbales propios de su mentor Xandro Rosell. Y me siento conmovido porque si Bertomeu asegura que una conspiración de misteriosas fuerzas estatales pretende hundir al club con motivo de las irregularidades del fichaje del jugador Neymar, es que, efectivamente, en algún cuarto oscuro de Madrid, en torno a una mesa con colillas y licor, unos sujetos vestidos de negro y con bigotillo Morales están desplegando una estrategia demoníaca contra el Barça a cuenta de la contrariedad que les supuso que los catalanes se adelantaran e impidieran que el Realísimo fichara al brasileño. Es más, no me habría de extrañar que el mismísimo Santiago Bernabéu fuese convocado por el método de la Ouija para alumbrarles con su proverbial sentido del Mal y dirigir la estrategia jurídico-administrativa con la que descabalgar al club de nuestros amores de cualquier camino a la estabilidad y el éxito. Digo que no me extraña porque la leyenda siempre se ha construido con pilares semejantes. Fue el régimen de Franco, o incluso Franco personalmente, el que antes de saber que DiStéfano iba a resultar la monumentalidad que resultó ordenara que fuera fichado por el club de Chamartín, robándoselo manifiestamente al club de Las Corts. Cualquier barcelonista de mi edad conoce al dedillo y se lo cree, por supuesto el rosario interminable de afrentas ¡Ay Guruceta! que han impedido a los azulgranas disponer de un palmarés superior a esos odiosos señores de blanco; pero la del argentino, digamos, es la más recreada por la mitología culé, esa que ha venido a evidenciar primorosamente este amable señor vallesano que preside la entidad. No ha lugar a dudas. Se trata de un conciliábulo, de una perversa maquinación.

El Barça, como esencia misma de Cataluña, de la Cataluña soberanista a cuyo servicio se ha puesto con emocionada entrega, es un poblado rodeado. Los eternos y pérfidos españoles, siempre prestos al asalto, les roban, les impiden hablar catalán, no les dejan ser como son y, encima, no quieren que fichen a Neymar. Y por ello mueven fiscales, excitan jueces, agitan a la opinión pública y se empeñan en saber cuánto costó de verdad su fichaje. No es el primer caso irregular en el cínico mundo de la compraventa de futbolistas, tan opaca, tan pringosa; pero en este mejunje a alguno puede habérsele ido la mano y hay gente que quiere saberlo.

Se da el caso curioso que quien con más encono ha desplegado la actuación de la Justicia es un socio del propio Barça. Cierto que podría tratarse de un infiltrado madridista apuntado al club en su más tierna infancia con la idea de algún día dar el golpe definitivo, pero por lo que parece no se trata más que de un barcelonista «emprenyat» independentista para más INRI que se malicia de que alguien ha malversado un saco de millones. Eso desmontaría el bello sueño de una entidad acosada por el mero hecho de ser catalana, con lo que mejor no contemplarlo. Al igual que aquellos aviones militares que andaban de maniobras y sobrevolaron Vich o los camiones del Ejército que fueron vistos por Lérida e hicieron creer a una buena cantidad de tontos preñados de idiocia Alfonso López Tena, ex del CGPJ, entre ellos que los militares españoles estaban invadiendo Cataluña, este caso puede tener explicaciones sencillas; pero ello impediría ese pequeño placer de sentirse perseguido, acosado, maltratado por esa oscura e hirsuta España que hasta ahora, en realidad, lo único que está haciendo es pagar sus facturas. Algunos viven felices en la paranoia. Y pretenden, encima, que nos traguemos el cuento.