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Carlos Herrera  
ABC, 17 de enero de 2003
Hermanamiento con Gibraltar

No tienen suerte, últimamente. Ahora, el Constitucional dice que los Presupuestos no están en orden. Pero lo mejor es lo del viaje turístico a Gibraltar.

Un puñado de selectos mandarines de la tribu atribulada (Juaristi dixit) ha visitado formalmente la pedanía que los británicos tienen allá donde el sur acaba entre caballas y refinerías. Todo comenzó el día en que ese gran cretino de la política contemporánea llamado Joe Bossano visitó sus predios con el ánimo de impartir una conferencia acerca de los tejemanejes de la autodeterminación y otras majaderías. El impacto intelectual fue tal que no pudieron resistirse a la tentación de conocer sobre el terreno los pormenores de un experimento político de trascendencia tan ejemplar como es una colonia de piratas metida a presión en un territorio hostil. Tomaron sus blocs de notas, se atusaron los rasgos diferenciadores y cruzaron la península en la que, mecachis, quiso el destino colocar a su bravo pueblo de pelotaris y morroskos no sin que antes el hechicero repartiera entre la expedición diversas pócimas de brebaje mágico para sortear inclemencias. Allá que partieron al paso alegre de la paz entre cánticos de despedida y el abrazo de los que confiaban en ver, a su vuelta, la solución definitiva a sus cuitas históricas, a su frustración eterna.

Pero no pudo ser. Mecachis, otra vez. Pudieron establecer las concomitancias entre el destino de ambos pueblos. Pudieron sacudirse unas cuantas cervezas calientes en sus pubs diferenciados. Pudieron sondear el casual odio común por el pueblo español que sienten ambas colectividades. Pero no pudieron hablar con el Gran Druida local porque éste no les recibió y, por lo tanto, no pudieron anotar las claves secretas que amparan el éxito de su resistencia. Eso sí, son tan cenutrios que creyeron ver en el sistema político de la envidiada Roca todo un ejemplo de libertades autonomistas. Esto sí que es autonomía política, se dijeron, y no lo que tenemos nosotros. Pobrecitos.

Los vascos, pues, pueden respirar tranquilos pero sólo a medias. Si el ejemplo a imitar es Gibraltar, o si aquello a lo que aspiran es a gozar de los amplios márgenes de maniobra del Gobierno de la Colonia, va a resultar que el pobre Ibarreche tendrá que ceder más de la mitad de sus poderes a un gobernador que hará y deshará como le venga en gana sin dar la más mínima cuenta a nadie que no sea la Graciosa Autoridad Central. Podrán, eso sí, vivir del cuento de convertirse en un paraíso fiscal y en un refugio de corsarios y contrabandistas, lo cual no sé si es un noble destino pero, al menos, reporta no pocas bicocas.

De vuelta a casa debieron aprovechar para establecer nuevas tomas de contacto. Los mandarines nacionalistas habrán establecido diversas excursiones a realidades tan singulares como la suya y, en función de ello, visitarán próximamente Taiwán, Macao, Timor Oriental y algún que otro territorio con conflicto histórico, tenga o no tenga que ver con España. Todo esfuerzo es poco si con ello se reporta un futuro desahogado a su Comunidad.

Ha sido una pena que Eguibar, con su natural agrado, no haya podido departir con Caruana. Pero que sepa que esa negativa a recibirle no ha sido, ni mucho menos, un ejercicio de responsabilidad europeísta y transnacional del alcalde de la Roca ni un agravio voluntario al noble pueblo vasco. Caruana no les ha recibido porque el autobús del PNV venía de la mano de Bossano (que rima y tiene premio) y todo lo que venga de su hirsuto rival será siempre deshechado. A Caruana no le importa molestar con sus cosas al Gobierno español (antes al contrario, si pudiera le hubiera dado un beso en los morros al apuesto Rubalcaba), pero de ahí a engranarse en maniobras relacionadas con Joe, ni hablar.

Así que otra vez será.