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Carlos Herrera  
ABC, 4 de febrero de 2003
¿Y por qué «no al terrorismo»?

Un carajo para los futurólogos mangones del novecientos seis. El mismísimo Alfonso Ussía les metió un gol por toda la escuadra al adivinar al detalle el desarrollo completo de la gala de los Goya del pasado sábado. La retrató el tío. Qué lince. Le bastaron unas líneas para adelantar la mamarrachada que TVE se vio obligada a trasladar a los hogares españoles que quisieran verla, entre ellos el mío. Con ello tuvo bastante y seguro que hoy ya ni aborda el asunto.

Más allá de las legítimas aspiraciones pacifistas de un colectivo en exceso ensimismado y con lamentable falta de autocrítica, la ceremonia del sábado expresó a las claras la asombrosa falta de talento por la que pasa una buena parte del sector cinematográfico español. Sin ritmo y sin gracia, aquello más parecía un reparto de premios del antiguo PREU lleno de consignas demagógicas que una fiesta de creadores sensibles y brillantes (aunque a Zapatero le conmovió, todo sea dicho, tanta «sensibilidad»). Aparecer con pegatinas repartidas aún no sé por quien en las que se señala la negativa a la guerra puede parecer un acto de solidaridad mundial, pero más resulta una expresión certera de la escandalosa falta de análisis de un grupo de manifestantes antiguos. Nadie quiere la guerra. Yo no quiero la guerra. Pero ninguna guerra, no sólo la respuesta norteamericana al peligro iraquí. Esas pegatinas hubieran estado muy bien cuando comenzó, allá por el año 91, y, sin embargo, no las vi; de la misma forma que no he visto a ninguno de estos reivindicativos muchachotes con pegatinas que digan, sin ir más lejos, «No al Terrorismo». Años ha habido en los que las víctimas han superado la centena y ningún colectivo cinematográfico ha salido a la calle a decir no a los asesinos, ni ha aprovechado los múltiples Festivales de Cine de San Sebastián de los que ha dispuesto para enfrentarse con la misma claridad que el sábado a un colectivo criminal que lleva matando desde hace más de treinta años. Por decir No, podrían decirlo a muchas cosas: No al Cáncer de Páncreas, No a los Accidentes de Tráfico, por ejemplo, pero no lo hacen porque se supone que no hay nadie que vaya a decir que sí a eso. Nadie quiere el cáncer ni la muerte en carretera, de la misma forma que nadie quiere la guerra, lo cual nos lleva a pensar que no se trata tan sólo de manifestar una rotunda oposición a la violencia sino de representar una cómoda comedia en la que no aparece, ni por asomo, el más mínimo análisis. Sólo les faltó alzar las manos, entonar el «No nos moverán» y encender unos cuantos mecheros para adornar una ceremonia llena de recursos baratos y talento escaso. Como guinda, se mezcla todo chapapote y queda un pastel de lo más reivindicativo: ¡Qué vivo está nuestro cine!

Entretanto, ese mismo sábado volvió a mostrar el amargo panorama de las salas vacías. Los insolidarios españoles optaron, de nuevo, por películas mayoritariamente norteamericanas hechas, se supone, a golpe de consigna. La solución a este desagradecido abandono dicen que está en que el Gobierno otorgue más subvenciones a las brillantes ideas de nuestros cineastas en lugar de que estos sigan haciendo el mismo cine machacón, monotemático y aburrido. La culpa es de los espectadores y de los gobernantes, no de los creadores. Menos mal que el Ministerio correspondiente les larga no poca cantidad de pasta, que si llega a no hacerlo no sé que le hubieran dicho en la célebre Gala.

Visto lo anterior, Ussía, déjate de escribir columnas en ABC que eso no lleva a nada. Monta un consultorio en tu casa y adivínale el futuro a la gente. Luego abres un teléfono de pago y te aseguro que te forras. Qué clarividencia. Qué envidia.