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Carlos Herrera  
ABC, 8 de octubre de 2004
¿Quién dejó libre a éste?

La mañana en la que se conoció la tragedia de Olga Sangador, la niña violada y asesinada por un preso que estaba gozando de un permiso de fin de semana, escuché un comentario curioso a un opinante radiofónico de tertulia angelical y progre. Dijo el muchacho, más o menos: “¡Dios mío, lo que tiene que estar pasando el juez que le permitió la salida de la cárcel!”.

En un principio pensé que sí, que el juez estaría atribulado, pero a los pocos segundos me sacudí la espesura y concluí indignado que quienes de veras estaban sumidos en el infierno del llanto y del desgarro eran la madre y el padre de esa chiquilla, no el juez.

El solidario comentarista no se acordó de ellos y sí reparo, en aquél instante, en quien había tomado una decisión bien intencionada y muy progresista, pero que le costó, indirectamente, la vida a una chiquilla –el culpable de la muerte de alguien, en cualquier caso, es siempre su asesino, ojo--. Bueno, pues a ese criminal, que volvió a la cárcel, le tocan nuevos permisos y, antes o después, un juez deberá decidir si le deja salir de paseo o no en virtud del segundo grado al que acaba de acceder, ya que fue condenado a 50 años pero pudo beneficiarse de los diversos chollos del fenomenal código penal español que le pondrán definitivamente en la calle, más o menos, en el año 2013.

Pasan los años, como digo, pero me sigo acordando de esa familia y del comentario de aquél tonto. Y me acuerdo especialmente hoy ya que, una vez apresado el presunto autor de la muerte de las dos jóvenes policías, dos familias estarán sumidas en la más honda de las desesperaciones y un juez andará maldiciendo el momento en el que firmó aquél papel.

En el caso de confirmarse la autoría del preso de Can Brians, que parece más que evidente, alguien deberá reflexionar de una vez. A ver si lo hace este gobierno que considera más urgente lo de las bodas de homosexuales que acabar con las listas de espera en los hospitales. A ver si se sacude los complejos post-Belloch y decide que no se puede exponer a la ciudadanía al peligro de tipos como el mentado simplemente porque la señora Gallizo ha decidido que hemos de ser angelicales y nunca hemos de castigar, hemos de reñir y convencer de que no se haga más.

En el caso que nos ocupa parece que su excarcelación de fin de semana no fue permitida por el juez de vigilancia penitenciaria y que hubo de ser la Audiencia quien concediera ese permiso en contra de varias opiniones, con lo que coloco un pregunta a seguir: ¿y esa diferencia de criterios no puede regularse mejor?.   
            
Algo resulta indudable y es que si un violador ha cumplido su condena no le podrá retener en prisión la previsión de que pueda volver a violar. Ni siquiera la certeza. La penalidad preventiva no existe. Pero sí podría existir algún tipo de control o terapia sobre los criminales que no pueden sujetar el ansia de violar o de matar. Algo habremos de inventar, digo yo. Si un individuo como el que violó o mató a Olga es un evidente desequilibrado, ¿no tiene la sociedad ninguna manera de defenderse de él?.

De un sujeto como el que presuntamente ha violado, vejado, matado, carbonizado a dos jóvenes muchachas no nos defiende el sistema penal español, que lo pone en la calle en cuanto puede, pero ¿a nadie se le viene a la cabeza la repetición machacona de casos similares que invitan, de una vez, a tomar decisiones desagradables?. Ha leído bien, decisiones desagradables. Y que la toma de las mismas sea tan similar en urgencia, como poco, a la de las bodas de homosexuales