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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 16 de septiembre de 2004
Las palabras «de oro» de Julián Contreras Jr.

Por lo que se ve y por lo que se oye, que en este caso es considerablemente mucho, el pequeño de la desaparecida Carmen Ordóñez no acaba de cuajar una estrecha relación con sus dos hermanos mayores.

En llegando hasta aquí, me dirán: bueno ¿y qué? No son los primeros hermanos del mundo cuya relación es manifiestamente mejorable. Y yo les diré que sí, evidentemente, pero les añadiré algunos detalles que hacen de esta historia un relato espinoso.

Julián, que es un mocetón de dieciocho años con aspecto de armario de dos cuerpos, está a dos pasos de iniciar carrera televisiva, lo cual no tendría nada de particular si su camino fuese el del meritoriaje puro y duro, al igual que tantos jóvenes de su edad: se empieza llevando el café y se acaba, con los años, siendo una estrella. 

Si las cosas están tirantes con sus hermanos, el camino para arreglarlas no pasa por aparecer en programas

Pero no es el caso. Julián hijo, previo pago de una cantidad bastante suculenta, prepara una inminente aparición en un programa de televisión para hablar sobre su vida personal, la de su madre y la de sus hermanos. Su padre ya lo hizo hará unas semanas, ante lo cual no hay nada que objetar, ya que se trata de un adulto experimentado en este y otros quehaceres.

Pero, en el caso de su hijo, ¿cree Julián padre que ése es un buen camino para su futuro? Indudablemente, a nadie le amarga un dulce, pero acostumbrar a un muchacho a que trasiegue con su intimidad a cambio de un dinero fácil, no parece el mejor camino hacia la estabilidad. Perder la discreción a cambio de dinero suele pagarse, a la larga, muy caro.

No soy quien para meterme en la vida de nadie ni para dar lecciones a otros padres, pero conociendo el percal de este negocio como lo conoce él, tengo mis reservas acerca de la decisión.

No se puede jugar con el fuego de las declaraciones pagadas y luego quejarse de no disfrutar de una vida anónima

No creo que sus dos hermanos aplaudan este paso apasionadamente: si las cosas están algo tirantes, el camino para arreglarlas no pasa por aparecer en programas televisivos.

Si Julián está molesto con Francisco por creer que se implicó poco en ayudar a su madre a salir de sus pozos, lo mejor es afrontarlo como un hombre, discutir a puerta cerrada y dejarse de iniciar carreras televisivas. Ya habrá tiempo de salir en pantalla.

No se puede jugar con el fuego de las declaraciones pagadas y luego quejarse de no disfrutar de una vida placenteramente anónima. Si él no sabe a lo que se arriesga y si su padre no se lo advierte debidamente, ya le adelanto yo que su vida valdrá poco menos que un miserable talón con muchos ceros. Que piense en su madre.