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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 23 de abril de 2003
Su hígado no callará a Raphael

Algo tenía que ir mal en los adentros del incansable Raphael para que suspendiese su agotador trabajo escénico. Conociéndole, sabíamos que una razón de envergadura era la que le mantenía silente, agotado y hospitalizado; el comunicado familiar, forzosamente escueto, nos confirmaba las sospechas y hacía que enmudeciéramos nosotros también. Uno de los más grandes artistas que ha dado nuestra escena, de los que paseaba por el mundo atascando aeropuertos cuando no lo hacía nadie, alguien a cuya voz nos hemos acostumbrado como un sonido más de la vida, está calladamente enfermo.

Como saben, una determinada dolencia hepática exige que le sea trasplantado ese órgano al artista español en un plazo tal vez no inmediato pero sí breve. Pero, con todo, podemos sentirnos orgullosos de vivir en un país modélico y avanzado en materia de trasplantes, lo cual nos garantiza no sólo la satisfacción de sabernos solidarios sino también la tranquilidad de saber que contamos con una protección médica de primera. Es por ello por lo que estoy absolutamente tranquilo en el caso de Raphael: se encontrará el lóbulo adecuado, se lo encajarán y lo pondrán a punto para que pueda seguir con su carrera artística.

Es más, no creo ni siquiera que vaya a levantar el pie del acelerador: para parar a Raphael hay que atarlo a la cama con una guita de siete vueltas y para que calle hay que meterle en la boca un par de edredones nórdicos. Un triste hígado no va a poder con el solista más trascendente de nuestra escena. En una palabra, estoy ya deseando escuchar su nuevo disco. Cuando finalice la convalecencia hablaremos.