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Carlos Herrera  
ABC, 11 de julio de 2014
La sombra de JC

Los focos son para su hijo y ha preferido hacerse agua que escapa de los dedos

SÍ está, pero sabe que no se le espera y eso, a buen seguro, le reconforta. El hombre que encarna el milagro español de los últimos cuarenta años deja pasar el tiempo ocupado en sus cosas y procurando ser poco visible. Sus asuntos quedan reducidos a la relación con los más próximos, al despacho de temas propios de un cesante y su intención es la de no distraer la atención con un protagonismo que considera improductivo. Ciñe su actividad al contacto privado con aquellos a los que le gusta escuchar, como ha hecho siempre, pero sin que trascienda encuentro alguno. Si sale, lo hace de forma discreta, y si se queda prefiere que su figura haga poca sombra. Los focos son para su hijo y tras su adiós en el balcón en el que apareció en 1975 ha preferido hacerse agua que escapa de los dedos. Es JC, ha sido Rey de España y ahora es padre del Jefe del Estado.

Ciertamente necesita quien le escriba. Su padre le aconsejó vivamente que bajo ningún concepto se le pasase por la cabeza escribir sus memorias, y no lo hará ni creo que vaya a dejar a nadie que lo haga por él. Pero sí es preciso que alguien con pluma ágil y sentido descriptivo dedique algún tiempo a narrar cuarenta años en trescientos folios. O en los que resulten, pero intensos y justos. No se ciñe a lo merecido que el reinado de JC quede reducido a una actuación determinante una fría noche de febrero y a una controvertida cacería de elefantes. Los primeros años en los que había que torear los accidentes políticos de un régimen agonizante supusieron un prodigio de maniobras políticas sucesivas, una carrera de obstáculos imposible de superar sin la clara voluntad democratizadora de quien impulsaba el proceso. La renuncia a sus prerrogativas y la gestión a favor de una Carta Magna en la que cupiéramos todos permitió el paso a una España seguramente mejorable pero infinitamente mejor a la que suponía todo agorero viviente. A partir de ahí, mano izquierda, mano derecha y a reinar garantizando que las cañerías de riego y desagüe no se atascaran siguiendo la vieja tradición española de la ingobernabilidad. Hubo de caminar por un delgado cable de acero de edificio en edificio sin más barra de ayuda que una clara determinación y una solemne apuesta por la estabilidad. Conoció seis presidentes de gobierno bien distintos, un ejército de ministros y cada rincón de un país tozudamente empeñado en progresar. Viajó por todos aquellos lugares del mundo por los que convenía pasar –incluso por los que no convenía– y contribuyó a difundir una imagen de su país jamás alcanzada en ninguno de sus anteriores pasajes históricos. Se convirtió en una figura internacional prestigiosa que resultaba recibida con respeto en todos los foros y palacios. Tejió una relación próxima y cordial con todos aquellos a los que recibió de audiencia en audiencia, trasladando la imagen de un Monarca cercano, cordial, amigable y fraternal. Aguantó serenamente algunos momentos delicados e impertinentes y no torció el gesto en público jamás ante las provocaciones de diversos imbéciles. Jamás dejó de estar donde debía estar y de cumplir con el deber que le imponía su cargo. Se ha ido cuando consideraba que era más útil para su país pasar a la reserva y ha dejado el mando a un Heredero al que ha preparado a conciencia en compañía de la Reina. Y así.

Por ello resulta descabellado que en el fango de algunos ámbitos se reduzca su trabajo a habernos desembarazado de las intenciones golpistas de algunos uniformados. Por ello es radicalmente injusto que le acompañe la sombra de un paquidermo o la de relaciones personales consideradas inadecuadas. La sombra de JC merece una crónica que por alguna parte debe estar siendo confeccionada.