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Carlos Herrera  
ABC, 23 de mayo de 2014
Le Pen en Sestao

El alcalde considera que en Sestao no pueden instalarse aquellos que tienen derecho a hacerlo en cualquier pueblo de la UE

AL alcalde de Sestao se le ha disparado el relé y le ha salido de dentro el nacionalista brutote que muchos llevan dentro. Por lo que se ve, en una conversación captada con cámara oculta, ha explicado de forma contundente cuál es la razón por la que se niega a la inscripción de inmigrantes en su municipio. Ha utilizado palabras gruesas, de las que se usan cuando crees que no te escucha nadie, pero que, te guste o no, te definen. Al parecer, el alcalde considera que Sestao no es un territorio en el que puedan instalarse aquellos que tienen derecho a hacerlo en cualquier pueblo de la Unión Europea. Entiende el muchacho que su pueblo debe estar al resguardo de la «mierda» que prolifera, según su particular criterio, por doquier. A buen seguro habrá quien le entienda y quien aplauda la intención de que en su pueblo no se instalen gitanos, moros, rumanos y otros individuos que no dispongan de las hechuras homologables para un municipio étnicamente correcto.

Habrá quien secretamente le aplauda ya que más de uno encierra en su seno un conservador atemorizado, un nostálgico de aquellos años en los que todos los del pueblo se conocían y pocos eran los que venían a perturbar la paz de los días lentos y las noches quietas. Pero, más allá de las intenciones conservacionistas, unos y otros deberán colegir que las palabras pronunciadas –por más que se tratara de unas afirmaciones hechas en la intimidad de quien no se cree escuchado– no dejan de ser un exabrupto que no va con los tiempos. Al alcalde exaltado le ha salido un ramalazo del aranismo nacionalista vasco, una suerte de espíritu sabiniano que anida en el corazón de todo nacionalista que se precie. Menos mal que no es del PP. Menudo filón hubiera tenido a su alcance el equipo muñidor de indignaciones del Partido Socialista. Si a Cañete se le ha organizado la de Dios es Cristo a cuenta de una frase tonta, a este se le podría acusar de reencarnación de satanás. Pero no; es, como pueden imaginarse, del PNV y ha provocado un pequeño terremoto político que a buen seguro quedará en poco, pero que retrata una forma de pensar y de hacer. No habla de etarras, no habla de asesinos, no habla de secuestradores. Habla de marroquíes, lógicamente. Y de rumanos. Y no distingue entre los que acuden a trabajar, a buscar un lugar en el que anclar sus vidas y desarrollar su capacidad de trabajo, y los buscavidas que no tienen reparo en caer en cualquier delincuencia.

Ignoro si entre los «mierdas» a los que rechaza entran también aquellos españoles que no forman parte de la pura raza euskaldún, pero seguro que poco le falta. Bergara ha pretendido rectificar y en su aclaración ha querido separar a los emigrantes razonables y trabajadores y a los golfos que todos asignamos al perfil mendicante, traficante o trapichero: ciertamente convence sólo a los que piensan como él, y que son muchos. Los Bergaras que proliferan por todos los rincones de España –no es un exclusivo problema de determinadas comarcas vascas– no tienen la varita mágica para separar paja y grano. Sabemos perfectamente quiénes son los indeseables, pero en su seno se mezclan extranjeros y lugareños, gitanos y payos, rumanos y vascos, andaluces y moros, españoles, en fin, y forasteros. A un alcalde de sus características le apetece mucho más tener como vecino a un viejo asesino de ETA que a un negro venido del salto de la verja. En el primer caso se trata de un luchador que ha purgado su pena y en el segundo de un indocumentado que va a alterar la ecuación sanguínea de la población. Intolerable. Menos mal que a Sestao le queda su Le Pen.