Es curioso que sea el propio Llamazares, jefe de IU, quien llame la atención al gobierno sobre la falta de interés de los ciudadanos por la cosa europea y quien acuse a los eurócratas de estar desconectados de la sintonía real de los votantes.
Indudablemente, Llamazares goza de una cierta experiencia en esas lides y puede presentar una ejecutoria en la que se destaca y subraya ese error con una línea roja de grueso trazo. Dice el asturiano que los jefes de Estado de la Unión sufren “jet-lag”, están desorientados por los viajes y no se dan cuenta de lo que ha pasado en las elecciones, lo cual, con su correspondiente enjuagado preventivo para despojar a esas palabras de la pirotecnia parlamentaria elemental, puede contener alguna dosis de verdad.
Existe la tentación por parte de la derecha y de buena parte del socialismo de desacreditar automáticamente todo lo que provenga del coordinador de IU, ya que su trayectoria de titulares no parece, precisamente, la más acertada; sin embargo, alguna vez habrá que conceder a Gaspar la posibilidad de diagnosticar con certeza el proceso político que transcurre paralelo al suyo, pues nada impide a quien no acierta en las estrategias propias no hacerlo con las ajenas: hay cosas que desde lejos se ven mejor, indudablemente.
Es cierto que quien ha quedado desorientado –no sé si por los viajes o por “el viaje” que nunca acaba de hacer desde algunas posturas dogmáticas hacia determinados pragmatismos elementales— y quien aún no parece haberse dado cuenta de lo que ha pasado en las elecciones, que es él, no resulta el más indicado para elaborar una frase como la anterior: siempre habrá en su formación quien le recuerde que lleva años sin querer ver un tránsito hacia posiciones peligrosamente minoritarias o quien, desde otros partidos, le señale su zurrón de votos y le pida que analice bien lo suyo antes de apercibirse de lo que ocurre fuera.
Pero ello, con ser tal vez cierto, no quita para que haya dicho algo que guarda no poco sentido común y no pocas dosis de realidad. Llamazares señala que esta Europa está conformada por bolsas ciudadanas mucho más necesitadas que lo que habitualmente se explicita en fotografías de Luxemburgo o de Alemania y son éstas, a su entender, las que le dan la espalda a la construcción “elitista” de la Unión. Es como decir que votan los más ricos, y esos son pocos.
Evidentemente, apunta a unas soluciones que se enmarcan en el más puro y duro recetario de la izquierda que dice estar a la izquierda de lo que ahora se considera izquierda: más intervención para así dotar a los ciudadanos de los resortes elementales de un “Estado Social”. Despejemos antiguallas: de acuerdo, eso ya no se lleva; pero quedémonos con el diagnóstico en lugar de con el tratamiento del doctor, y convengamos en que existe esa desorientación, y que esa desorientación, ese desapego, se traduce en las urnas.
Dudo seriamente que sea con políticas concebidas como “sociales” –-no hay nada más social que garantizar más empleo o que hacer pagar menos a los ciudadanos y aumentar el grosor de la economía-- con lo que los europeos se movilicen como masas oceánicas hacia las urnas, pero tampoco me cabe la menor de que la apatía mostrada en los últimos comicios continuará mientras no remedien eso que se llama falta de concreción y que resulta un mal muy europeo.
Tal vez estemos construyendo una Europa de las frases y no una Europa de las fresas, y que sea Llamazares el que llame la atención sobre eso –líder de una formación en la que riñen al que gana, aplauden al que pierde, y en la que quieren siempre echar al primero y no al segundo--, no deja de ser llamativo. Pero tiene razón.
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