Apenas habrán pasado unas cuantas horas para que los aficionados españoles al fútbol volvamos a encontrarnos en nuestra repetida cita con lo de siempre, que es seguir a nuestra selección --no sé por cuánto tiempo-- y darnos finalmente de bruces con la realidad de que hay otras bastante mejores, que son las que suelen ganar independientemente de la fortuna que tengan o de las árbitros que se le crucen. Viene esta Eurocopa vecina a disputarse en un momento especialmente interesante: el debate acerca de la representatividad o no del combinado de españoles que saldrá a hacer lo de siempre en Portugal --acabar perdiendo-- está alcanzando su nivel de crucero y amenaza con instalarse como uno de los asuntos capitales del trasiego político español. Ya ha levantado la voz el PSOE acerca de la imposibilidad de que a España la represente nadie que no sea la selección española, cosa que tranquiliza pero no del todo, ya que no es eso lo que dicen ni reclaman los nacionalistas: todo separatista que se precie manifiesta que quien no tiene que participar es España como país compacto ya que España no existe sino en el empecinamiento político del estado rancio al que soportan como pueden.
Quienes tienen que participar son Cataluña, Euzkadi (sic) y Galicia, y si a los demás les apetece jugar a algo, que formen una selección de murcianos, andaluces y canarios y que le llamen Gran Iberia, por ejemplo. Así no se juega contra España, ni nadie que no sea España representa a España, entre otras cosas porque España no participa como tal. No existe, se ha volatilizado, como en los buenos sueños nacionalistas. Los socialistas, en su delicado equilibrio entre el talante y el agrado, admitieron votar algo que había propuesto la nerviosa Begoña Lasagabaster y se encontraron a las pocas horas con la evidencia de que la habían metido hasta el corvejón, con lo que a sacarla como se pueda y a que Rodríguez vaya a ver a los muchachos a la concentración de Las Rozas. Ahora andan con la contralectura a su propia tontería y sus cómplices parlamentarios se están cabreando en un adelanto de lo que pasará el día que de verdad revienten la cosa y obliguen al sagaz Rodríguez a convocar elecciones anticipadas. Pero ya llegaremos a eso. Volvamos al equipo.
¿Qué futuro puede tener la selección de una nación que no se cree que es una nación?. ¿Les resulta fácil a unos cuantos muchachos dejarse la vida en el campo cuando saben que representan a un colectivo que no se la deja en el nombre de su país?. Argentina o Brasil son, en fútbol, una forma de ser. Igual que Italia o Alemania, que llevan jugando con el mismo estilo desde hace décadas. Francia lo vivió desde la incorporación de Platini y llevó a la selección el espíritu integrador de un país excepcional. Así ganó. Nosotros podemos exhibir futbolistas de una talla similar, diría que extraordinaria --aunque no estén todos ni vayan a jugar los que están en mejor forma--, y a una afición tan deseosa de victorias como las demás… pero falta lo que falta, y lo que falta no viene representado sólo por las calles vacías en Madrid o Valencia o Sevilla cuando juega la selección un partido decisivo. Viene dado por ese algo más que ni los jugadores ni el “establishment” exhiben de forma natural: conciencia de unidad, de la trascendencia de la victoria o de la derrota.
El sábado, en fin, estaremos atentos a los nuestros. Dicen que de veinte en veinte años es cuando nos dan algunas alegrías. Que se den prisa, en cualquier caso, que algo me dice que igual dentro de otros veinte difícilmente vayan a jugar unos chavales con el nombre de España.
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