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Carlos Herrera  
El Semanal, 31 de mayo de 2004
Un cura de Vallecas

El sábado había salido reventón, quiero decir soleado; la mañana era limpia y el tránsito hacia la iglesia de Los Terceros fue un paseo temprano en el que matrimoniarse de nuevo con el buen tiempo, harto ya de tantas lluvias, que parece mentira que anduviéramos en mayo y aún con la pelliza.

La Primera Comunión de aquél grupo de chiquillos estaba anunciada a las diez y allá que fuimos. Alegre la mañana que nos habla de Ti, alegreeee la mañanaaaa. Y salió el cura. Y los niños con las manos juntas, y los padres con el sollozo puesto. Y el cura empezó a hablar. Hablaba fino, con lo que me pregunté de dónde había venido ya que no me sonaba de ninguna parroquia de por aquí abajo. De Vallecas, ha venido de Vallecas, me decía Juan Plata, que nos ha fallado el titular y este nos ha hecho el favor. Pues vaya suplente: el cura hablaba con el magnetismo bondadoso de los grandes seductores y conseguía que todo el templo estuviese pendiente de él. Sabía lo que tenía entre manos: los comulgantes estaban absortos, entretenidos, fascinados por la presencia de un cura al que estaban entendiendo y los presentes seguíamos la explicación teológica y social con el agrado de quien lleva muchas homilías insufribles en el cuerpo y se encuentra, de repente, con un tío con encanto. Hablar de Dios sin abusar de los lugares comunes, sin recurrir a cuatro instantáneas gastadas, no resulta tan habitual. Hay un tono plomizo, como para salir del paso, en no pocos sacerdotes, mientras que en este todo sonaba a nuevo, a fresco, a imaginativo. Además, sonreía. Supe luego que es el párroco del Pozo del Tío Raimundo, dominico él, y que conoce bien de cerca el áspero sabor de la tragedia, el decidido empeño de los humildes, el trabajo añadido de los territorios difíciles. Cómo sería que me dieron hasta ganas de comulgar, pero uno anda siempre bañado en pecados de última hora y guarda en el trastero de la costumbre aquello de confesarse antes. Acostumbrado a romper todas las reglas habidas y por haber, aún ando con esas cosas. Me dije que menuda suerte que la Primera Comunión te la dé un tipo así, aunque a mí me la diera Mosén Marsal, que era un clérigo de campeonato.

Este es un cura al que nunca sacará Almodóvar en una película, porque a los creadores de opinión no suelen interesarle este tipo de hombres, de los que hay un buen puñado en la Iglesia. Nunca un informativo abrirá una sección diciendo que hay un sacerdote al que le hacen la ola los domingos, que no sabe nada de Gescartera, que no ha abusado de nadie, que no ha reivindicado su derecho a casarse con un jugador de rugby, que no ha justificado desde el púlpito el terror creado por sus cachorros o que no ha montado un Iglesia paralela para canonizar a Franco. Osea, un cura como Dios manda. Que no hace que sientas el peso del cielo a punto de caer sobre tu cabeza y que demuestra con su trabajo que todavía hay razones para la esperanza. Sobre los curas que a duras penas sacan a delante su parroquia con cuatro duros, sobre los que ayudan no sólo con consuelo espiritual a sus parroquianos, sobre los que meten el hombro en el púlpito y fuera de él, sobre esos nada. Nunca una película, nunca un reportaje, nunca una mención.

Bueno, por si le quieren ver, se llama Don José. Búsquenlo. Especialmente si transitan por los andurriales del desencanto y el descreimiento. Y luego, si quieren, vayan a ver lo de Almodóvar, que seguramente está muy bien, refleja una realidad y todo eso. Pero no la refleja toda, claro. El otro lado del espejo nos deja, a veces, satisfacciones estimulantes para una luminosa mañana de sábado.