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Carlos Herrera  
ABC, 19 de mayo de 2004
Güelcom mister «Ánsar»

Debe darlo la condición de ex. Me refiero a ese aire de independencia casi provocativa que muestran los presidentes retirados en cuanto tienen la primera oportunidad. En los meandros del Partido Popular se preguntan si de verdad era imprescindible ese viaje a los EEUU en plena campaña, siendo cierto que los mismos que se hacen la pregunta se responden que, evidentemente, no. Mister Ansar ha elegido el peor momento para los suyos y el mejor para sus adversarios: visitar al perfectamente prescindible Rumsfeld en el Pentágono justo en los días en los que se está comprobando algo más que su ya demostrada incapacidad es un error contumaz. Después de haberse confirmado que el ejército de los EEUU ha sido responsable de una serie de vejaciones y torturas repugnantes, lo mejor que puede hacer el presidente de un partido que perdió las elecciones por lo que las perdió es evitar determinadas visitas y determinadas fotografías. Ese cuento de “los compromisos académicos” que acaba de sacarse de la manga el PP para justificar el viajecito de Mr. Ánsar no se sostiene un solo segundo en cuanto se tiene en la mano la foto de la visita al centro militar por excelencia.

Lo mejor que pueden hacer los responsables políticos en tiempo de convulsiones es no aventurarse por el exterior. Cuando andábamos en cuitas con los marroquíes a cuenta de las paranoias estratégicas del sultancete y sus muchachos --con retirada de embajadores y todo el lío memorable de aquél año--, a nuestro intrépido Rodríguez no se le ocurrió otra cosa que ir a visitar al del turbante con vistas a no arreglar nada pero sí a hacerse una foto de estadista arregla-problemas que le reportara beneficios de imagen entre el electorado español. Lo único que consiguió es meter la pata hasta el pubis y fotografiarse bajo el mapa de Marruecos que tiene Mojamé en su despacho y que incluye, lógicamente, Ceuta, Melilla y las Canarias. Luego vino lo de Perejil y el arrepentimiento seguro de los estrategas socialistas por el ridículo cosechado. Felipe González, sin ir más lejos, otro espíritu que va por libre y que debe estar conmocionado por no haber conseguido para nuestro vecino los campeonatos del mundo de fútbol, ha sido especilista en joder la marrana a su propio partido con determinadas amistades y con declaraciones absolutamente inoportunas.

Y ahora le toca el turno a Aznar, que, trocado en Mister Ánsar, está de gira por sus escenarios favoritos –nos hemos perdido, ¡lástima!, la fotografía con Schwarzenegger--  y con sus amigos favoritos, a los que tiene todo el derecho de visitar, con los que tiene todo el derecho a comer y pasear, pero que no resultan convenientes para el buen tránsito electoral de sus compañeros de partido. Ocurre que ya debe estar instalado en ese pasotismo propio de los grandes excluidos de la escena política y que debe considerar que la lealtad a sus ideas concretas de cómo organizar el mundo debe primar sobre la conveniencia electoral de los suyos.

Por eso fue ayer a comer con Bush y anteayer a merendar con Rumsfeld. Coincido con el maestro Martín Ferrand en que no hay asomo de deslealtad en la conducta de Aznar, ni ahora ni cuando telefoneo al presidente norteamericano poco después de la orden de vuelta a las tropas españolas en Iraq, pero sí es cierto que en política hay que guardar unas determinadas maneras cuando se ha sido referencia política esencial de una nación. La vulnerabilidad del PP en determinados aspectos electorales no le deberían pasar por alto a la perspicacia de su presidente y debería esforzarse en no convertirse más en una rémora puntual que en un activo referente.

De lo contrario, a Mariano Rajoy le espera una travesía, digamos, delicada.