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Carlos Herrera  
El Semanal, 29 de diciembre de 2013
De Adelson a Lolita Sevilla

Hoy, precisamente hoy, que iba a escribir de la espantá de Adelson con Eurovegas, me sobreviene la muerte de Lolita Sevilla. Estos días se ha señalado con pericia histórica que lo del magnate judío ha venido a ser una recreación de Bienvenido, Mister Marshall. No quiero jugar a visionario ni a amigo de visionarios, pero aquella aciaga noche bonaerense en la que Madrid resultó descartada para la carrera olímpica por tercera vez hubo un preclaro empresario español que sentenció la inversión en Alcorcón: «Adelson está interesado en Madrid siempre que Madrid sea olímpica; veremos lo que tarda en marcharse sin despedirse». Dicho y hecho: el proyecto de casinos y espectáculos debe de andar ya por Singapur camino de Tokio. Enhorabuena por tu facilidad de diagnóstico, Fernando Ocaña, genio de tantas cosas. Diversos sectores conservadores como la izquierda y la Iglesia estarán de enhorabuena, dirá hoy mismo otro que no le anda a la zaga, Gonzalo García Pelayo.

Lo del señor bajito y repeinado desde la oreja ha venido a ser como la genial creación de Berlanga: ha pasado de largo. Aquel filme sublime, tierno, inteligente y descarnado nació, en realidad, como una plataforma de lanzamiento de Ángeles Moreno, hija de un trabajador de la lonja de pescado de Sevilla, natural de la calle Eslava, junto al Gran Poder, chiquilla de pocos años que disimuló su nombre y su edad con tal de poder empezar a cantar en las Galas Juveniles y, después, en la compañía Chavalillos Sevillanos creada por el legendario Cipriano Gómez, vivero de no pocos artistas del siglo pasado. Bardem y Berlanga aprovecharon la ocasión y le dieron la vuelta a la película, creando lo que todos conocemos hoy como una cumbre inalcanzable y perfecta del cine español. Al final, aquella tierna y jovencísima Lolita solo alcanzaba a decir «ojú», «digo» y «arsa» a lo largo de toda la cinta, pero entonaba una de las coplillas más contraculturales y desternillantes de la cinematografía española: «Americanoooos, os recibimos con alegríaaaa...». Era una muchacha escurría y traviesa que se dejaba caer -como tantas otras- por la academia de baile de Realito, Manuel Real Montoya para el registro, allá en la calle Trajano de Sevilla (¿dónde va a ser?), a que el maestro le enseñara a bailar. Después de la berlangada rodó varias cintas llenas de inocencia y tipismo acompañada por capiteles del género como Luis Mariano, Pepe Blanco o Antonio Molina, cantando coplas con elegancia y sentido de la medida. No era mujer de desgarros innecesarios, tenía voz de guante y maneras selectas, andares medidos y simpatía natural en los decires.

Ha sido mi amigo y compañero Pepe Camacho, que tanto la conoció, quien me ha alertado de su muerte a los setenta y ocho años (por cierto, nunca se quitó edad). Y lo he sentido hondamente, pues tuve la suerte de trabajar con ella en algunos programas en los que siempre dejó gotas de su estilo, de su distinción, de su elegancia, de su delicadeza. Muchos hoy la recordarán por coplas como Percheles o Cántame un pasodoble español, que le escribió el gran Tony Leblanc, pero no puedo dejar de aconsejar la interpretación personal y única que Lola hacía de una copla llamada Cuatro noches o de aquella delicia del maestro Moraleda llamada Si yo tuviera rosas. En ellas está la mejor Lolita, Lola Sevilla, mujer discreta, educada y cariñosa, testigo de algunas décadas prodigiosas. Era, posiblemente, uno de los últimos mohicanos de un género del que ya han desaparecido prácticamente todas y todos sus grandes precursores. Quedan algunas de ellas, afortunadamente para la memoria, por contar, pero ya desaparecieron entre otras la Piquer, Juana Reina, Imperio Argentina, Imperio de Triana, Lola Flores, Estrellita Castro, Marifé de Triana... y Rocío Jurado. Son mujeres y hombres que han alegrado mucho determinados años en los que todas las caravanas pasaban de largo, en los que había que bracear a diario contra las adversidades de un tiempo frío, desangelado y contradictorio. Aunque cualquiera podría decir que este no lo es también. Ha pasado Adelson como una exhalación, cierto, pero se ha ido Lolita, que ciertamente ha sido mucho más importante. Dios la tenga en sus cantes.