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Carlos Herrera  
ABC, 6 de diciembre de 2013
EL DEAMBULAR DE UN CRIMINAL

No se trata de sentir compasión por ellos –este que escribe no la siente–, pero sí de preguntarse qué vida les espera ahora. Ahí es donde debe trastear el periodismo

DESDE su salida de prisión, el condenado por los crímenes de Alcáser no ha tenido un minuto de calma, de serenidad o de reflexión. Salió de la cárcel de forma inesperada, gracias a una sentencia que le afectaba de carambola y que no fue diseñada para tipos como él. Y salió sin que nadie le esperara con banderas ni calimochos más allá de la verja. ¿Quién va a estar esperando a un pobre diablo asesino y torturador?: nadie, ni siquiera su familia, en el caso de que la tenga. Después de veinte años saltando del primer grado al segundo, de la celda de aislamiento a la media hora de patio, sale a la calle y no sabe qué hacer, cómo moverse, a qué lugar dirigirse, a quién hablar, dónde pedir un café... Sólo le esperan periodistas, algunos de ellos disfrazados de buenos samaritanos.

Miquel Ricart, con la ley en la mano, ha cumplido su pena. Y el que quiera verle en la cárcel tendrá que esperar a que vuelva a delinquir, si lo hace. Mientras tanto, sólo cabrá asistir al relato de su desorientación, a la crónica de su peregrinaje, a la búsqueda de un lugar al que llegar, en el que quedarse, en el que encontrar algo con lo que mantenerse. Sabe que será siempre un apestado, sin nadie que le reciba con cohetes y alardes de campanario, como ocurre con los asesinos vascos de la ETA, sin parientes que le acojan ni amigos de fiar que lo protejan. Antes de que deje de ser un paria –si deja de serlo algún día–, se esforzará por pasar inadvertido y esquivar el odio razonable que vertirán sobre él todos aquellos que se aperciban de quién es. Se sabe que fue a Linares, de ahí a Madrid, de Madrid a Córdoba, y que ahora ha decidido recalar en Barcelona, donde el camuflaje puede ser más efectivo. No obstante, su cara y su aspecto ha sido divulgado por los medios y no va a ser difícil identificarle si se pone algo de empeño en ello. En esas condiciones, es presa fácil para quienes quieran hacer espectáculo con su devenir.

Sostengo que el ejercicio del periodismo justifica acercarse a sujetos como Ricart e intentar escudriñar qué hay dentro de él. Sostengo, así mismo, que el relato de las peripecias post-carcelarias del asesino es de interés y procede realizarlo. Y sostengo que hay precedentes ejemplares. Un compañero de «A Fondo», informativo de Antena 3, obtuvo un documento periodístico magnífico el día que dio en un tren en Atocha con las Hermanas Izquierdo, instigadoras de los crueles asesinatos de Puerto Hurraco, al poco de la balasera. Agustín supo dónde buscarlas, las encontró y obtuvo unas imágenes medidas, impecables y periodísticamente intachables. Un tesoro para el archivo. Diferente sería obtener declaraciones de Ricart previo pago, sentado en un plató y con formato de show bussines: no creo que nadie en su sano juicio lo hiciera y tampoco creo que se lo perdonaran. Si alguien ha tenido la tentación de hacerlo, afortunadamente ha demostrado prudencia reconsiderándolo.

Pero sí es de recibo saber qué le depara el destino a unos tipos que han cobrado nueva relevancia con motivo de su excarcelación adelantada gracias al trabajito de encargo de Luis López Guerra y sus compinches de Estrasburgo. Ni el del Chándal, ni el del Ascensor, ni el de la pobre niña de Valladolid, ni el de Anabel Segura, ni el propio Ricart hubieran sido objeto de tanta atención y alarma si hubiesen ido saliendo a su tiempo, uno a uno y al cabo de más años. No se trata de sentir compasión por ellos –este que escribe no la siente–, pero sí de preguntarse qué vida les espera ahora. Ahí es donde debe trastear el periodismo.